por Pablo Arango
Déjame hacerte una pregunta directa, Juan Carlos: ¿Cuánto te ha costado no hacer eso que llevas meses –¡o años!– diciendo que vas a hacer?
Antes de que empieces con excusas del tipo «es que no era el momento», «necesito más información», o mi favorita, «lo haré cuando las condiciones lo permitan», déjame decirte algo que puede doler un poquito, pero es la pura verdad: la vida no premia la inteligencia, ni el conocimiento, ni los títulos. La vida premia las acciones. Y si no lo crees, abre Instagram y mira al influencer de turno dando consejos de vida mientras baila. Seguro que no es más inteligente que tu, ni tiene los títulos que tienes tu y, quizá, ni es más atractivo que tu. ¿Cuál es la diferencia? El actuó. No hace falta ser Einstein; hace falta hacer.
Sí, sé que duele. Pero no te preocupes, que no estoy aquí para juzgarte. Estoy aquí para ayudarte a poner las cosas en perspectiva, para que entiendas lo que realmente te está costando no moverte hacia lo que quieres.
La factura silenciosa de la inacción
La inacción es una de las cosas más caras que existen. No te pasa la factura al momento, como una comida en un restaurante caro. No, no. La inacción es como esas suscripciones que se renuevan automáticamente: silenciosa, discreta, pero acumulativa.
Cada día que decides no empezar a trabajar en eso que sabes que deberías estar haciendo, estás pagando un precio. Y no es un precio cualquiera. Es el precio de las oportunidades perdidas, de la confianza que se te escapa como agua entre los dedos, y de los sueños que se van acumulando en el cajón del “algún día”.
¿Sabes lo peor? Que este costo no lo ves venir. Es como si la vida te diera un crédito sin intereses, pero un día te despiertas y ¡zas! La cuenta llega cargada de arrepentimientos.
«¿Por qué no lo hice antes?», «¿cómo no vi las señales?», «¿por qué me quedé tanto tiempo donde no quería estar?». Y ahí estás, con una mezcla de culpa y resignación que no se la deseo ni a mi peor enemigo.
La trampa de la comodidad disfrazada de prudencia
“Todavía no estoy listo.” Seguro te suena esta frase, ¿no? La decimos todos. Es la excusa universal. Porque claro, decir que estás esperando «el momento adecuado» suena muy sensato. Pero lo que realmente estás haciendo es quedarte en tu zona de confort, abrazadito a la falsa seguridad de no arriesgarte.
Y ojo, que quedarse quieto no significa que nada malo pase. Al contrario. La vida sigue su curso, y mientras tú esperas ese mágico instante en que las estrellas se alineen, otras personas con menos experiencia, menos preparación y menos miedo ya están haciendo lo que tú sueñas hacer. Y encima les va bien.
Doloroso, ¿verdad? Pues aquí es donde entra la magia de las acciones. Porque aunque suene cliché, no se trata de ser perfecto. Se trata de moverse. De avanzar. De equivocarse y aprender. De tomar las riendas en lugar de esperar a que te caiga del cielo esa señal que llevas años pidiendo.
La vida no espera, y tú tampoco deberías hacerlo
Mira, el tiempo es implacable. Cada día que pasa sin que tomes acción es un día menos que tienes para crear esa vida que realmente deseas. Y aquí no estoy para venderte humo. No te estoy diciendo que vayas y lo dejes todo para perseguir tus sueños como si fuera una película de Disney.
Lo que te estoy diciendo es que empieces. Como puedas, donde puedas, con lo que tengas. Porque la única forma de ganar terreno es avanzar, aunque sea un paso pequeño.
Además, tomar acción tiene un efecto curioso. Es como cuando empiezas a ir al gimnasio después de años: al principio duele, te cuesta, te quejas. Pero, de repente, un día notas que tienes más energía, que te sientes mejor, que incluso te ves diferente. Lo mismo pasa cuando empiezas a actuar. La confianza sube, las ideas fluyen, y comienzas a notar cómo las piezas encajan.
Las recompensas ocultas de actuar
¿Sabías que la acción tiene un efecto multiplicador? Sí, es como plantar una semilla. A lo mejor al principio no ves nada, pero si sigues regando y cuidando, un día tienes un árbol frondoso lleno de frutos.
Tomar acción no solo te acerca a tus metas. También transforma cómo te ves a ti mismo. Porque cada vez que decides moverte en lugar de quedarte quieto, estás diciéndote: “soy una persona capaz, que no se conforma con menos de lo que merece.”
Y eso se nota. La gente lo siente. Las oportunidades llegan. Y ahí está el verdadero secreto: no necesitas saberlo todo ni ser el mejor para triunfar. Solo necesitas estar dispuesto a empezar.
¿Y si sigues sin actuar?
Déjame ser honesto. Si decides quedarte donde estás, está bien. Es tu decisión. Pero quiero que te hagas una pregunta: ¿dónde estarás dentro de seis meses, un año o cinco si sigues sin tomar acción?
Porque la inacción no solo te mantiene donde estás. Muchas veces te lleva hacia atrás. Y no hay nada más frustrante que mirar atrás y darte cuenta de que el único obstáculo eras tú mismo.
El momento es ahora (sí, ahora mismo)
No necesitas que te diga lo que tienes que hacer. Ya lo sabes. Sabes qué cambios necesitas, qué decisiones estás postergando, y qué vida te gustaría estar viviendo.
Lo único que necesitas es alguien que te ayude a cruzar ese puente. Alguien que te guíe, que te rete, y que te ayude a convertirte en la persona que sabes que puedes ser.
Recuerda: la vida no premia las excusas. Premia las acciones. ¿Vas a dar el paso o seguirás pagando el precio de no hacerlo? Tú decides.
Fuente: https://rinconpsicologia.com/el-arbol-de-los-problemas-como/