Por Juan Carlos Valda – jcvalda@grandespymes.com.ar
Durante décadas, se valoró al empresario PYME que sabía navegar en aguas turbulentas. De hecho, muchos se enorgullecen —y con razón— de haber llevado adelante su empresa a pura intuición, resistencia y coraje. Superaron hiperinflaciones, crisis cambiarias, corridas bancarias, pandemias, y un sinfín de tormentas económicas y políticas.
Y ahí están, de pie. Con cicatrices, sí, pero vivos.
Pero hoy, en 2025, con la incertidumbre como parte del paisaje permanente, conviene volver a preguntarnos: ¿sigue siendo bueno que el empresario PYME sea piloto de tormentas?
Mi respuesta es: no siempre. Y, sobre todo, no como único modo de gestión.
Del orgullo de haber sobrevivido al problema de no saber gestionar sin crisis
La cultura del “piloto de tormentas” tiene su mérito, claro. Pero también deja huellas: una empresa que solo sabe operar en emergencia, que vive apagando incendios, que no planifica, que reacciona, pero no anticipa. Empresas donde el dueño es el radar, el motor, el timón y el salvavidas.
Y lo que es peor: a veces, ese empresario se siente más cómodo en la tormenta que en la calma. Porque ahí se siente útil. Porque ahí nadie lo cuestiona. Porque ahí nadie lo reemplaza.
Pero esto tiene un costo enorme: no se construye una empresa profesionalizada, sino una estructura dependiente de un solo actor. Y si ese actor no está, todo se paraliza.
Las tormentas no se eligen, pero la forma de navegar sí
Nadie elige vivir en crisis. Pero cuando se vuelve el único contexto en el que uno sabe liderar, la empresa empieza a limitarse a los reflejos del empresario, no a una visión de largo plazo.
La habilidad para capear temporales debe ser una herramienta más, no la única. El problema es cuando se transforma en identidad. Cuando el empresario no delega, no forma equipos, no documenta procesos, no analiza datos, y cree que el negocio se salva “a pulmón”. Ese estilo es útil… hasta que deja de serlo.
Y ese momento ya llegó.
El piloto de tormentas hoy: ¿habilidad o trampa?
Hoy el empresario PYME necesita ser algo más que un piloto de tormentas. Necesita convertirse en estratega de largo alcance, en diseñador de escenarios, en constructor de equipos que puedan operar sin necesidad de una crisis como disparador del cambio.
Las nuevas generaciones no quieren trabajar en contextos de tensión permanente. Los buenos colaboradores no se quedan en empresas donde el “plan de acción” siempre empieza con “¡apúrense!” o “¡improvisen!”.
Las tormentas seguirán existiendo, pero la gestión profesional ya no puede depender de ellas para activarse.
Entonces, ¿qué rol debería ocupar hoy el empresario?
Hoy el empresario PYME debe dar un paso más:
- De ser el héroe individual a ser el orquestador de un equipo.
- De actuar solo por intuición a decidir con información.
- De apagar incendios a prevenirlos.
- De operar en modo supervivencia a planear en modo crecimiento.
Esto no implica renegar del pasado. Al contrario. Es usar ese músculo de resiliencia que le dio la historia, para construir una empresa que no lo necesite todo el tiempo.
El problema no es ser piloto de tormentas. El problema es no saber ser otra cosa.
¿Cómo pasar del piloto de tormentas al empresario estratégico?
Este cambio requiere tres transformaciones profundas:
- Cultural: entender que no es debilidad ceder el control. Es fortaleza construir sistemas y equipos que sostengan la empresa.
- Técnica: incorporar herramientas de gestión, tableros de control, indicadores, reuniones de planificación. No para burocratizar, sino para ordenar.
- Personal: aceptar que el crecimiento de la empresa no vendrá solo por hacer más, sino por hacer distinto.
El empresario que fue piloto de tormentas tiene una ventaja: sabe moverse en la adversidad. Pero ahora debe aprender a moverse también en la estrategia, la profesionalización, la delegación y la planificación.
Lo que no debe pasar: enamorarse del caos
Una trampa frecuente es que el empresario termine “enamorado del caos”. No porque le guste sufrir, sino porque siente que ahí es donde tiene sentido su rol.
Cuando todo está desorganizado, él se siente indispensable. Cuando todo depende de él, se siente poderoso. Pero ese poder es frágil y desgastante. No hay descanso. No hay crecimiento. No hay continuidad posible.
Una empresa no puede depender del estado de alerta permanente. Necesita procesos, reglas, roles claros, y, sobre todo, un líder que esté dispuesto a dejar de ser imprescindible.
¿Qué se gana al dejar de ser piloto de tormentas?
- Tiempo para pensar.
- Equipos que funcionan incluso cuando uno no está.
- Clientes que perciben estabilidad.
- Proveedores que confían.
- Un proyecto con futuro.
Y sobre todo: una mejor calidad de vida.
En resumen
El piloto de tormentas fue necesario. Nos salvó muchas veces. Pero no puede seguir siendo el único modelo de conducción. Hoy, el verdadero desafío del empresario PYME no es sobrevivir a la próxima crisis, sino crear una empresa que prospere incluso cuando no haya crisis.
Eso requiere dejar de estar al mando todo el tiempo… para empezar a estar al frente.