por Juan Carlos Valda
Durante años, hemos clasificado a las empresas en función de su tamaño: micro, pequeñas, medianas o grandes. Y aunque eso puede servir para temas fiscales, legales o crediticios, cuando hablamos de cómo se gestiona y hacia dónde va una empresa, el tamaño no nos dice nada relevante. O peor: nos lleva a supuestos equivocados.
¿Te pasó alguna vez entrar a una empresa con 150 empleados que funciona como si fuera una despensa familiar de barrio? ¿O conocer un emprendimiento de 5 personas con una mentalidad estratégica y profesional que muchas grandes envidiarían?
Por eso, es hora de cambiar el enfoque. En vez de seguir obsesionados con cuántos empleados tiene una empresa o cuánto factura, deberíamos preguntarnos:
¿Qué tan madura es esta organización?
¿Qué significa que una empresa sea madura?
Madurez organizacional no tiene que ver con la edad de la empresa ni con el rubro, sino con cómo está estructurada, cómo toma decisiones y cómo gestiona su día a día.
Una empresa madura:
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Tiene procesos claros, no depende del caos ni de la memoria de una sola persona.
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Puede delegar sin miedo, porque sus roles están definidos y la gente sabe lo que tiene que hacer.
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Toma decisiones basadas en información, no en corazonadas o urgencias.
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Aprende de sus errores, no los repite año tras año como si fueran parte del folclore.
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Tiene un norte compartido, no vive en la improvisación ni en el “vamos viendo”.
Y sobre todo: una empresa madura no es aquella que ya no tiene problemas, sino la que sabe identificarlos a tiempo y sabe cómo enfrentarlos.
¿Por qué seguir hablando del tamaño nos limita?
Cuando decimos “es una empresa chica”, muchas veces lo usamos como excusa para justificar desórdenes:
– “Y… no tenemos definidos los roles, pero somos pocos.”
– “No usamos indicadores, pero tampoco es que somos una multinacional.”
– “El dueño decide todo, pero bueno, es su empresa.”
Lo peligroso es que ese pensamiento te deja atrapado. Como si profesionalizarse fuera un lujo reservado a las grandes.
Y al revés también: hay empresas grandes, con muchos empleados, que operan con una lógica familiar de los años ‘80. Mucha estructura, pero poca cultura de gestión.
Por eso insistimos: el verdadero criterio para entender qué necesita una empresa no es su tamaño, sino su nivel de madurez organizacional.
El acompañamiento profesional según la madurez (no el tamaño)
Acá es donde cambia todo. Porque si dejamos de pensar en base al tamaño y empezamos a mirar el nivel de madurez, podemos ofrecer el acompañamiento correcto para cada caso.
Veamos algunos ejemplos típicos:
1. Empresas en etapa incipiente pero con mentalidad abierta
Suelen ser micro o pequeñas, fundadas por personas con ganas de hacer bien las cosas desde el principio.
Lo que necesitan:
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Ayuda para ordenar procesos simples.
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Acompañamiento para evitar errores típicos de crecimiento.
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Un plan claro, aunque sencillo, para marcar un rumbo.
No piden un MBA, piden sentido común profesionalizado.
2. Empresas medianas con estructura informal
Tienen más de 10 o 20 empleados, pero siguen funcionando como cuando eran tres personas.
Lo que necesitan:
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Definir roles y responsabilidades reales (no de palabra).
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Crear indicadores que permitan tomar decisiones objetivas.
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Hacer un cambio cultural que deje atrás la informalidad.
No necesitan “llenarse de gerentes”, sino empezar a pensar como empresa, no como grupo de buena voluntad.
3. Empresas familiares que crecieron sin profesionalizarse
Ya tienen peso, marca, mercado… pero todo depende de una o dos personas.
Lo que necesitan:
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Separar lo familiar de lo empresarial.
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Instalar sistemas de gestión para que el negocio no dependa del dueño.
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Trabajar en liderazgo, comunicación y planificación.
No necesitan “cambiar todo”, sino entender qué deben conservar y qué deben transformar para no quedar atrapados.
4. Empresas grandes pero desordenadas
Pueden tener cientos de empleados y seguir funcionando como una PYME improvisada.
Lo que necesitan:
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Reorganizarse internamente, porque el crecimiento las desbordó.
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Redefinir su modelo de gestión y su estrategia.
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Alinear cultura, procesos y liderazgo con su tamaño real.
No necesitan crecer más. Necesitan madurar en serio.
Entonces… ¿Qué es acompañar desde la consultoría o la capacitación?
Acompañar no es imponer estructuras rígidas. No es copiar lo que hacen las multinacionales ni llenar de planillas a una empresa chica.
Acompañar, desde esta mirada, es leer el momento que vive esa empresa y ayudarla a dar el próximo paso con inteligencia. Ni antes ni después.
Es entender que profesionalizar no es “hacer complicado”. Es simplificar, ordenar, dar previsibilidad. Es ayudar a que el negocio funcione mejor sin que el dueño tenga que vivir adentro de él.
Y es trabajar con la cultura real, no con la ideal. Porque no hay consultoría efectiva si uno no respeta lo que la empresa es, y desde ahí la ayuda a mejorar.
¿Qué ventajas trae hablar de madurez y no de tamaño?
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Diagnóstico más certero:
Entendés qué necesita la empresa, más allá de cuánta gente tenga o cuánto facture. -
Acompañamiento más personalizado:
Evitás ofrecer recetas estándar y podés construir soluciones a medida. -
Mejora la autopercepción del empresario:
Muchos dueños se sienten menos por tener una empresa chica. Este enfoque les muestra que el valor está en cómo gestionan, no en el cartel de la puerta. -
Ayuda a proyectar mejor el futuro:
Una empresa madura puede crecer con menos sobresaltos, más orden y mejor calidad de vida para todos.
El empresario no quiere ser grande. Quiere ser libre.
Ésta es una frase que suelo repetir mucho. Porque el sueño de la mayoría de los empresarios PYME no es cotizar en Bolsa, sino tener un negocio que funcione, que le permita vivir bien, que no le chupe la vida ni le quite el sueño todas las noches.
Y eso no lo da el tamaño. Lo da la madurez.
Por eso, cuando el empresario empieza a trabajar su rol de líder, a soltar el control operativo, a delegar con criterio y a profesionalizar la gestión, la empresa crece… pero sobre todo, él crece.
Y eso cambia todo.
Para cerrar: ¿Qué pasaría si cambiamos el foco?
Imagínate que en lugar de preguntar «¿Cuántos empleados tenés?» o «¿Facturas más de tantos millones?», le preguntáramos al empresario:
– ¿Tu equipo puede tomar decisiones sin vos?
– ¿Tenés indicadores claros para saber si vas bien?
– ¿Podés irte una semana de vacaciones sin que todo se descontrole?
Esas preguntas, sí, nos dicen mucho más del verdadero estado de madurez de una empresa. Y son el punto de partida para cualquier proceso serio de acompañamiento.
Porque en definitiva…
El problema no es ser chico.
El problema es ser inmaduro para el tamaño que ya tenés.
Para contactar a Juan Carlos e implementar estos conceptos en tu empresa, escribirle a jcvalda@grandespymes.com.ar