Por Juan Carlos Valda – jcvalda@grandespymes.com.ar
Hay frases que se instalan en las empresas con tanta fuerza que terminan funcionando como excusas perfectamente aceptadas. Una de las más repetidas —y más dañinas— es esa que dice: “La cultura no nos permite hacer las cosas de manera distinta a como se hicieron siempre”. Lo notable no es solo la frase en sí, sino la manera en que se pronuncia: como si la cultura fuera un personaje externo, una presencia oscura que vigila desde un rincón, esperando que alguien intente hacer algo diferente para frenarlo. En muchas PYMES, la cultura ocupa el papel de la bruja mala de Blancanieves: una figura temida, caprichosa, amenazante y todopoderosa, capaz de arruinar cualquier intento de cambio con un simple hechizo. Y, sin embargo, la cultura no es eso. No tiene capa, no tiene varita y no vive escondida en una torre. La cultura es, en esencia, lo que la empresa hace todos los días, lo que cree, lo que tolera y lo que ignora.
Pero resulta más fácil culpar a la bruja que mirarse al espejo.
La cultura como relato inevitable
En muchas PYMES, especialmente en aquellas con años de historia, la cultura se convierte en un relato que se repite de generación en generación, aun cuando ya nadie recuerde de dónde viene. “Acá siempre se hizo así”, “Esto nunca funcionó de otra manera”, “Eso acá no lo van a aceptar”, “La gente no está preparada” o “Al dueño no le gustan esas cosas”. Son frases que aparecen como si fuesen reglas escritas en piedra, pero en realidad son conclusiones apuradas, heredadas, no revisadas. Se pronuncian para evitar discusiones, para proteger viejas lealtades, para sostener ciertos privilegios o simplemente para no asumir el costo emocional de cambiar.
La cultura se transforma así en un personaje con vida propia, un ente al que hay que respetar, temer y no desafiar. Cuando se la mira de lejos, parece omnipresente. Cuando se la mira de cerca, se descubre que está formada por decisiones pequeñas, repetidas miles de veces, que se transformaron en hábitos. Y como todo hábito, puede cambiar, siempre que exista voluntad de hacerlo.
El gran malentendido: la cultura como enemiga
Es común escuchar a gerentes, mandos medios e incluso al propio fundador hablar de la cultura como si estuviera “afuera” de ellos. La describen como si fuese una fuerza autónoma: rígida, emocional, impredecible. Pero ese modo de pensar encierra un error profundo: convierte a la cultura en una enemiga, un obstáculo imposible de mover. Y cuando alguien cree que lucha contra un enemigo invencible, abandona antes de empezar.
El verdadero problema es que la cultura es cómoda. Es conocida. No exige grandes desafíos. Opera como un refugio emocional para quienes sienten que cambiar equivale a perder algo. Por eso se la defiende tanto, incluso cuando genera ineficiencia, agotamiento o pérdida de oportunidades. La cultura no es mala por naturaleza, pero sí es profundamente conservadora; protege lo que conoce y sospecha de lo nuevo. No porque tenga intenciones oscuras, sino porque está construida sobre las historias y las vivencias de las personas que hicieron la empresa. Y esas historias, aunque valiosas, no siempre acompañan las necesidades actuales del negocio.
La cultura no cambia con decretos, cambia con experiencias
Uno de los errores más frecuentes en PYMES que buscan profesionalizarse es suponer que el cambio cultural se logra con un PowerPoint, un discurso inspirador o una decisión formal. Pero la cultura no cambia por orden; cambia por experiencia. Cambia cuando las personas descubren, de manera vivida, que hacer algo distinto no rompe la empresa, no rompe los vínculos y no rompe la identidad. Se transforma cuando se genera un nuevo tipo de resultado que la gente puede ver, tocar y sentir.
Por eso, esperar que la cultura cambie antes de cambiar las prácticas es una trampa. Es como esperar que la bruja se vuelva buena para recién entonces animarse a entrar al bosque. La cultura no se vuelve buena primero. Cambia cuando la empresa demuestra, con hechos, que existe un camino más sano, más eficiente y más alineado con el futuro. El cambio cultural no se anuncia; se construye paso a paso, con decisiones consistentes y con un liderazgo que sostenga el proceso incluso cuando la incomodidad aparece.
Los miedos que alimentan a la bruja
Si hay algo que sostiene a la “bruja cultural” no son las tradiciones, sino los miedos. Miedo a perder control. Miedo a equivocarse. Miedo a quedar expuesto. Miedo a que las nuevas ideas desafíen la autoridad de quienes llevan años tomando decisiones. Miedo a que lo que funcionó deje de funcionar. Miedo a que aparezcan responsabilidades que antes no existían. Miedo a que alguien note que había una manera mejor de hacer las cosas desde hace tiempo.
Esos miedos no se vencen con teoría, sino con contención. No se vencen señalando errores, sino generando confianza. Y no se vencen empujando a la gente a cambiar, sino acompañándola. La cultura no es una bruja mala; los miedos que la sostienen son los que generan la sensación de hechizo. Cuando un equipo siente que puede equivocarse sin ser castigado, que puede proponer sin ser ridiculizado y que puede intentar sin ser comparado con el pasado, la cultura deja de ser una fuerza que bloquea y pasa a ser una fuerza que sostiene.
El engaño de “así somos”
Pocas frases detienen más transformaciones que esta: “Así somos nosotros”. Es un arma perfecta de la inercia cultural, porque mezcla orgullo con resignación. Por un lado, dice “nos valoramos”, y por otro “no podemos cambiar”. Es un relato que tranquiliza, porque evita profundizar. Nadie discute lo que está mal, nadie revisa lo que podría mejorar, nadie cuestiona lo que se hace por costumbre. Y sin cuestionamiento no hay evolución.
Sin embargo, cuando uno analiza empresas que lograron crecer, profesionalizarse o reinventarse, descubre algo simple: lo hicieron cuando dejaron de describirse como una esencia inmutable y empezaron a definirse como una capacidad de aprendizaje. Las empresas que prosperan no se enamoran de su identidad; se enamoran de su capacidad de adaptarla. Saben que la cultura es importante, pero no la ubican en un pedestal. La tratan como una herramienta, no como una condena.
La cultura como espejo, no como bruja
La cultura se ha vuelto ese espejo que, como en el cuento, pregunta quién tiene razón, quién manda, quién controla o quién sabe más. Pero el espejo no es mágico; solo refleja lo que la empresa construyó. Cuando una PYME se mira y ve rigidez, incertidumbre o caos, no es culpa del espejo. Es el resultado de decisiones acumuladas que nunca fueron revisadas. La cultura refleja lo que la empresa hace, no lo que la empresa desea ser. Y si el reflejo duele, la solución no es romper el espejo, sino cambiar aquello que muestra.
Tratar a la cultura como enemiga solo agranda el problema. Tratarla como un espejo permite interpretarla y transformarla. Y ahí es donde el empresario y su equipo tienen una oportunidad enorme: dejar de asustarse por la imagen del pasado y empezar a construir, con consistencia, la imagen del futuro.
Cambiar la cultura sin destruir la historia
Una de las razones por las que la cultura genera tanta resistencia es que muchos temen que cambiarla signifique borrar la historia. Es un temor comprensible, especialmente en empresas familiares donde la identidad emocional tiene un peso enorme. Pero cambiar la cultura no es negar lo que se hizo; es redefinir cómo se quiere trabajar a partir de lo aprendido. La cultura no se cambia contra la historia, sino con la historia en la mano.
Profesionalizar una PYME no es reemplazar el ADN; es depurarlo. Es honrar lo que hizo que la empresa llegara hasta aquí, pero reconociendo que para seguir creciendo necesita nuevos hábitos, nuevas formas de pensar y nuevas maneras de decidir. La bruja del cuento quería borrar a Blancanieves; en la empresa, cambiar la cultura implica exactamente lo contrario: proteger a la PYME asegurando que siga viva.
Lo que realmente transforma la cultura
La cultura cambia cuando cambian cinco cosas:
- Las conversaciones, porque son las que definen lo que se puede decir y lo que se calla.
- Las decisiones, porque son las que enseñan qué se valora de verdad.
- Los límites, porque son los que establecen qué se tolera y qué no.
- Los hábitos diarios, porque son los que sostienen la operación.
- El liderazgo, porque es quien define el ejemplo que el resto imita.
Cuando estas cinco piezas se alinean, la bruja pierde poder. Y cuando pierde poder, aparece lo más importante: la posibilidad de actuar sin miedo.
La cultura no impide cambiar: impide cambiar sin propósito
Las PYMES no se resisten al cambio por capricho, sino porque temen perder su identidad, sus vínculos, su manera de entender el negocio. Por eso la cultura actúa como “bruja” cuando el cambio no tiene sentido, cuando no está bien explicado, cuando no se acompaña o cuando aparece como imposición. Pero cuando el cambio tiene propósito, coherencia y respaldo, la cultura lo acompaña.
Al final, la cultura no es un monstruo que impide hacer las cosas de manera distinta. La cultura es una memoria viva que necesita ser reescrita cada cierto tiempo. No para borrar lo que se logró, sino para evitar que lo que funcionó ayer se convierta en la amenaza de mañana.
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