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Ágil o atolondrada: ¿Qué tipo de empresa estás construyendo sin darte cuenta?
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Ágil o atolondrada: ¿Qué tipo de empresa estás construyendo sin darte cuenta?

Por Juan Carlos Valda – jcvalda@grandespymes.com.ar

Hay palabras que suenan parecido, pero no significan lo mismo. En el mundo empresario pasa seguido: decimos que queremos ser ágiles, flexibles, adaptables, pero a veces, sin darnos cuenta, terminamos construyendo empresas impulsivas, impacientes y hasta atolondradas.

Y aunque en la superficie todo parezca parte del mismo espíritu emprendedor, las consecuencias son bien distintas. Una te lleva al crecimiento ordenado, con capacidad de reacción ante los cambios mientras que la otra te lleva al caos, al cansancio, a decisiones sin rumbo y a un equipo que corre… pero no sabe hacia dónde.

Entonces, te propongo hacer una pausa, reflexionar juntos, mirar hacia adentro y preguntarte: ¿mi empresa es verdaderamente ágil… o en realidad vive reaccionando a todo sin un plan?

La agilidad no es correr más rápido

Ser ágil no es vivir con el acelerador a fondo, es tener la capacidad de adaptarse a un contexto cambiante sin perder la dirección, poder repensar una acción sin abandonar el objetivo y cambiar el “cómo” sin olvidar el “para qué”.

Una empresa ágil escucha al cliente, revisa lo que funciona, corrige, mejora, aprende; tiene procesos que no son rígidos, pero sí claros, roles definidos, aunque abiertos al diálogo y también un rumbo que no cambia cada quince días, aunque se ajuste el camino.

En cambio, una empresa atolondrada vive en modo supervivencia donde cada llamada es una urgencia, cada mail, una bomba y cada reunión, una catarsis. Cambian de estrategia como quien cambia de camisa y todo el equipo aprende a reaccionar rápido… pero no a pensar.

Lo que se ve y lo que no se ve

La gran trampa es que, al principio, ambas se parecen, ambas se mueven rápido, resuelven cosas y hasta parecen “dinámicas”, pero el tiempo pone las cosas en su lugar.

La empresa ágil empieza a ordenar, a crecer con coherencia, a formar líderes, a tener foco. La atolondrada, en cambio, empieza a desgastarse: decisiones que se desarman, proyectos que no se terminan, colaboradores que no saben si van o vienen.

El empresario, claro, también lo sufre. Vive agotado con la sensación de que tiene que estar en todo, que, si se distrae un segundo, el castillo se cae y lo que es peor: siente que su empresa avanza… pero no evoluciona.

¿Cómo saber qué tipo de empresa estás construyendo?

Te propongo mirar algunos indicios, pero no como diagnóstico definitivo, sino como espejo y si te sentís reflejado en varios puntos, quizás sea hora de cambiar de marcha.

  1. ¿Las decisiones se toman con criterio o con apuro?

En una empresa ágil, se decide rápido, pero bien. En la atolondrada, se decide rápido… y después se vuelve a decidir porque no se pensó.

Pregúntate: ¿Qué porcentaje de tus decisiones estratégicas terminas cambiando a la semana? ¿Cuántas cosas se hacen por impulso y cuántas con fundamento?

  1. ¿Hay lugar para la reflexión o todo es reacción?

La agilidad deja espacio para repensar, revisar, ajustar. La impulsividad vive a los gritos, sin espacio para respirar.

¿Tienen reuniones con agenda clara y foco o se viven como un “vamos viendo”? ¿El tiempo para pensar está contemplado o siempre es lo primero que se sacrifica?

  1. ¿Tu equipo sabe lo que se espera de ellos?

Una empresa flexible adapta los roles según el contexto, pero mantiene las expectativas claras. En una empresa atolondrada, nadie sabe si hoy tiene que apagar incendios, vender, o armar cajas.

¿Hay claridad en las tareas y en los objetivos? ¿O tus colaboradores te preguntan todo el tiempo “qué hacemos con esto”?

  1. ¿Tu empresa tiene rumbo o solo velocidad?

La agilidad implica dirección. La urgencia constante, en cambio, suele perderla.

¿Tienen un plan? ¿Una visión? ¿Sabes dónde querés estar en un año o sólo piensas en sobrevivir al mes?

Las consecuencias que nadie quiere ver

Muchas veces, detrás del “nos movemos rápido” se esconde una gran verdad: no tenemos estructura ni tenemos sistema. Y como no hay tiempo para pensar, no se construye futuro, sólo se resuelve el presente.

Las consecuencias aparecen tarde, pero aparecen:

  • Desgaste del equipo: personas cansadas, desmotivadas, que sienten que su trabajo no tiene impacto.
  • Pérdida de foco comercial: perseguimos modas, clientes que no son nuestros, productos sin rentabilidad.
  • Fallas operativas: lo que se hace a las apuradas, se paga más caro después.
  • Rotación constante: nadie aguanta mucho en un lugar donde todo cambia y nada se consolida.
  • Dependencia total del dueño: si el empresario no está, todo se frena. Porque las decisiones solo viven en su cabeza.

Y lo peor: muchas veces el empresario cree que “ser así” es parte del estilo PYME. Como si no hubiera otra manera de liderar sin perder frescura.

¿Y entonces? ¿Cómo construimos una empresa realmente ágil?

Vamos a lo concreto porque no se trata de cambiar todo, sino de cambiar bien. Te propongo algunos puntos clave:

  1. Diseña un sistema mínimo, pero claro

No hace falta tener 500 procedimientos, pero sí algunas reglas básicas, por ejemplo: cómo se aprueban decisiones comerciales, cómo se lanza un nuevo producto, cómo se cierra un presupuesto. La claridad da velocidad sin caos.

  1. Enseña a pensar, no sólo a obedecer

Una empresa ágil necesita colaboradores que entiendan el negocio, no sólo que ejecuten, por lo tanto, comparte criterios, formula preguntas, delega con responsabilidad. La agilidad no se impone: se construye en equipo.

  1. Separa lo urgente de lo importante

¿Todo lo que hacés cada día es realmente importante o solo urgente? Si no hacés tiempo para lo estratégico, lo operativo se va a tragar tu empresa entera.

  1. Planifica, aunque sea poco

Tener un plan de acción mensual con objetivos por área puede hacer una gran diferencia. No tiene que ser un Excel de 40 columnas, pero sí una hoja que diga: esto queremos lograr, así lo vamos a medir.

  1. Sostiene los cambios

Ser ágil no es cambiar todo el tiempo, sino sostener con coherencia lo que sí funciona y ajustar con criterio lo que no. La constancia también es parte de la agilidad.

El empresario: ¿motor de cambio o freno disfrazado?

Es inevitable: todo empieza por el líder. Si s reaccionas a todo sin parar, si vives cambiando de idea, si necesitas tener el control de cada cosa, tu equipo va a copiar ese modelo.

La empresa se convierte en el reflejo de tu estilo. ¿Estás liderando con foco o con ansiedad? ¿Estás construyendo una cultura de mejora continua o una cultura de correr para llegar a ningún lado?

Agilidad no es improvisar, es tener cintura, sí, pero con estructura. Es moverse, sí, pero con norte y es ajustar, sí, pero desde el aprendizaje, no desde el miedo.

Un ejercicio para cerrar

Te propongo que esta semana te sientes 20 minutos —sin celular, sin interrupciones— y hagas este pequeño ejercicio:

  1. Escribe tres decisiones importantes que tomaste en los últimos 30 días.
  2. ¿Cuál fue el criterio para tomarlas? ¿Las revisaste? ¿Funcionaron?
  3. ¿Cuántas de esas decisiones nacieron de un plan y cuántas fueron respuesta a una urgencia?
  4. ¿Qué aprendiste de cada una?
  5. ¿Qué podrías hacer diferente la próxima vez?

Este tipo de reflexión no es pérdida de tiempo, es inversión porque una empresa ágil no se construye corriendo, sino pensando.

Por último, no confundas energía con estrategia ni movimiento con avance ni cambios con evolución.

Ser ágiles es una virtud, ser atolondrados, un peligro.

Tu empresa puede ser liviana, veloz, dinámica… pero necesita una base sólida que sostenga cada paso porque no se trata solo de llegar rápido. Se trata de llegar bien y que valga la pena.

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