Creo que todos somos conscientes de que vivimos en una sociedad que tiene el fracaso en la mira, como si fuera el peor de los resultados posibles. A nadie le gusta fallar, aunque aquí va una verdad que incomoda a quienes pretenden imponerlo: fracasar es simplemente un resultado, una señal de que lo intentaste. Y eso ya te coloca mucho más cerca de lo que buscas que aquellos que nunca se atrevieron a dar el primer paso. El verdadero peligro no es fracasar, es no hacer nada. La inacción es el único destino garantizado que te deja atrapado, sin oportunidad de avanzar.
¿Te has dado cuenta de que los momentos en los que más aprendes son, muchas veces, los que vienen después de un tropiezo? El fracaso no es el fin del camino, es un marcador que te indica que algo no salió como esperabas, aunque también que hay algo que puedes mejorar. Cada fracaso te ofrece una lección, un aprendizaje que, si lo tomas con la actitud correcta, te acerca más a tus objetivos.
La clave está en no verlo como una derrota, sino como parte del proceso. Las personas más exitosas que conoces no llegaron a donde están sin antes caer, tropezar y, sí, fracasar. Lo que las distingue no es que evitaron los fracasos, sino que nunca dejaron que los fallos fueran su último paso. Ellos vieron el fracaso como un resultado temporal, no como una sentencia definitiva.
Si fracasar te asusta, permíteme decirte que hay algo mucho peor: no hacer nada por miedo a fracasar. La inacción es como quedarte varado en medio de un camino y nunca tomar una decisión para moverte. No es que el camino se haya acabado, es que tú decidiste quedarte quieto. Y ahí está el verdadero problema: quedarse quieto es aceptar el destino de no llegar a ningún lado.
Cuando te rindes antes de intentarlo, te estás saboteando a ti mismo. Estás renunciando a las oportunidades, a las lecciones que podrías aprender y a las posibilidades que podrías descubrir. La inacción es cómoda, sí, aunque también es el único camino garantizado hacia la frustración, porque no hay peor sensación que mirar atrás y darte cuenta de que ni siquiera lo intentaste.
El fracaso es, al menos, una señal de que te estás moviendo. Cada vez que te arriesgas a fallar, estás avanzando, probando nuevos caminos, explorando opciones. El movimiento, aunque a veces te lleve a caer, siempre es mejor que estar estancado.
Por otro lado, la inacción es como quedar atrapado en un charco de dudas y excusas. El problema es que cuando no haces nada, nada cambia. Y lo peor de todo es que ese miedo al fracaso termina transformándose en arrepentimiento, porque, en el fondo, sabes que podrías haber hecho algo más, algo diferente.
A todos nos ha pasado: ese «¿y si lo hubiera intentado?» que aparece cuando dejamos pasar una oportunidad. El arrepentimiento por lo que no hicimos es mucho más duro de sobrellevar que el dolor de un fracaso temporal. Porque el fracaso puede doler en el momento, pero eventualmente se convierte en una anécdota, en una lección, en una historia que contar. En cambio, la inacción deja un vacío, una duda eterna sobre lo que podría haber sido.
Imagina esto: has llegado al final de tu camino y miras hacia atrás. ¿Qué prefieres ver? ¿Una lista de fracasos, tropiezos y caídas, aunque también de aprendizajes y logros? ¿O una larga fila de momentos en los que te paralizaste, te rendiste antes de empezar y te quedaste con la duda? El «lo intenté» siempre será mejor que un «¿y si…?», porque el primero te da la satisfacción de saber que te arriesgaste, que diste todo lo que tenías.
Fracasar es parte de la vida. Nadie está exento de hacerlo, y esa es la magia. Los fracasos no son permanentes. Son resultados temporales, y si decides aprender de ellos, puedes corregir el rumbo y seguir adelante. El fracaso no te define; lo que te define es lo que haces después. La inacción, por otro lado, sí tiene un efecto permanente. Decidir no moverte, no actuar, es como cerrar la puerta a cualquier posibilidad de cambio o mejora.
La vida está hecha de decisiones, y cada acción que tomas te lleva en una dirección diferente. Si temes al fracaso, ¿por qué no temer más a la inacción? Al menos, cuando fracasas, sigues teniendo la posibilidad de corregir, ajustar y volver a intentarlo. Aunque si te quedas en la inacción, no hay corrección posible, porque ni siquiera diste el primer paso.
La próxima vez que sientas el miedo al fracaso, recuerda que es solo un resultado, uno de muchos que podrías obtener. Y aunque fracasar no sea divertido, es mucho mejor que el vacío de la inacción. Si fracasas, tienes la oportunidad de levantarte, de volver a intentarlo, de redirigir tu energía hacia algo mejor. Aunque si no haces nada, no tienes ninguna opción de cambio.
El éxito no llega sin acción. El progreso no ocurre sin movimiento. Así que, en lugar de quedarte atrapado en el miedo al fracaso, muévete, intenta, falla si es necesario, y nunca, nunca dejes que el miedo te paralice. Porque al final del día, fracasar es solo un resultado temporal, mientras que la inacción es un destino definitivo.
La vida te invita a actuar, a moverte, a arriesgarte. No siempre será fácil, aunque si te atreves, descubrirás que cada fracaso te empuja un paso más cerca de lo que realmente deseas. Y lo mejor de todo es que, al final, no habrá lugar para arrepentimientos, porque sabrás que lo intentaste, que te moviste, que viviste.