Sentir miedo es para valientes
Por Rafael Ayala
Cierta ocasión volaba de Los Ángeles a Hermosillo en un SAAB 340 B. Junto a mi se encontraba una mujer de alrededor de cuarenta años. Durante el despegue observé que se persignó, costumbre de muchos pasajeros latinoamericanos, y cerró sus ojos. Por mi parte me concentré en leer la revista de cortesía. Después de unos minutos, volteé y vi que la señora empuñaba algo en su mano derecha. Al sentirse descubierta me confesó que ella era del tipo de personas que experimentan gran temor al volar.
En el hueco de su mano escondía un Rosario, el cual casi pulverizaba por la fuerza con la que lo sostenía. En su rostro había unas cuantas lágrimas y su mentón reflejaba el nerviosismo con una vibración constante. Aunque admito que yo también experimento temor bajo ciertas circunstancias, no me sucede por viajar en avión. Así que, al ver el tormento que ella experimentaba, decidí intentar ayudarle distrayéndola con mi conversación. Una excelente manera de atraer rápidamente la atención de una persona adulta en una conversación es preguntarle por sus hijos. Ella tenía tres, dos varones y una niña.