Por Juan Carlos Valda – jcvalda@grandespymes.com.ar
El compromiso no se pide, se provoca
En las PYMES, es común escuchar la frase: “Cuesta que la gente se ponga la camiseta”. Lo dicen los empresarios con una mezcla de frustración y sorpresa, como si la falta de compromiso fuera una epidemia moderna. Pero pocas veces se hacen la pregunta más incómoda: ¿Y si el problema no está en la gente, sino en el modo en que estamos liderando?
Conseguir que un equipo se identifique con la empresa no es cuestión de suerte ni de carácter. Es el resultado directo de la forma en que el líder construye confianza, comunica sentido y genera coherencia. El compromiso no surge de la obediencia ni del salario, sino del vínculo emocional con un proyecto que vale la pena.
Y en el otro extremo, cuando la gente empieza a querer “sacarse la camiseta”, la causa suele ser la misma: algo en la cultura, en el trato o en la dirección empezó a desgastarla.
La diferencia entre mandar y liderar
El empresario que confunde autoridad con liderazgo suele ser el primero en destruir el compromiso que tanto desea generar. Mandar es fácil: basta con dar órdenes. Liderar, en cambio, implica inspirar.
Un colaborador se compromete cuando siente que su trabajo tiene un propósito, cuando percibe que lo que hace genera impacto y cuando sabe que su esfuerzo no pasa inadvertido. Pero si el líder vive apagando incendios, cambia de prioridades cada semana o no cumple lo que promete, esa energía se diluye.
La gente no deja de comprometerse de un día para otro. Se va desconectando de a poco, en silencio, con una mezcla de decepción y resignación. El entusiasmo se convierte en rutina, y la rutina en distancia emocional. Cuando eso pasa, ya no hay discurso que lo salve.
Cuando el ejemplo deja de inspirar
En una PYME, las conductas del empresario son amplificadas. Cada gesto, cada reacción, cada decisión se vuelve mensaje. Si el empresario se queja todo el día, su equipo también. Si minimiza los logros, el equipo deja de esforzarse. Si transmite desconfianza, nadie se anima a decidir.
El ejemplo es el principal generador —o destructor— de compromiso. La gente no se compromete con lo que el líder dice, sino con lo que hace. No se trata de ser perfecto, sino de ser coherente. Mostrar congruencia entre lo que se predica y lo que se practica.
El empresario que exige puntualidad, pero llega tarde, que reclama proactividad, pero rechaza toda idea nueva, o que habla de equipo, pero decide solo, no puede sorprenderse si su gente deja de creer. En esas empresas, la camiseta se destiñe rápido, porque la tela de la confianza ya no resiste los lavados de la incoherencia.
El mito del compromiso automático
Durante años, muchos empresarios creyeron que pagar un salario era suficiente para asegurar compromiso. Pero eso ya no alcanza. Ni siquiera en las PYMES familiares, donde antes bastaba con la cercanía o el sentido de pertenencia “de toda la vida”.
Las nuevas generaciones no se comprometen “porque sí”. Necesitan propósito, reconocimiento y coherencia. Quieren entender por qué hacen lo que hacen, y sentirse parte de un proyecto que tenga sentido. Si no lo encuentran, se desconectan. Y no porque sean vagos o desinteresados, sino porque buscan coherencia emocional, no obediencia ciega.
El empresario que no logra entender ese cambio termina repitiendo patrones del pasado: control, rigidez, castigos encubiertos. Pero en el mundo actual, eso solo genera miedo, no compromiso.
Cuando la gente empieza a querer sacarse la camiseta
Nadie se levanta un día y decide dejar de comprometerse. Lo hace cuando siente que lo que entrega ya no vale. Cuando nota que se exige mucho, pero se escucha poco. O cuando percibe que el mérito dejó de tener lugar frente al favoritismo o a la indiferencia.
En una PYME, esto se nota rápido: baja la participación, aumenta el rumor, crecen los errores y desaparecen las ideas. Pero el empresario, en lugar de leer esas señales, suele justificarlas: “Ya no tienen hambre”, “no les interesa”, “la generación nueva no quiere trabajar”.
Sin embargo, esas frases esconden un problema más profundo: la pérdida de sentido. La gente se pone la camiseta cuando siente que forma parte de algo. Cuando deja de sentirlo, no se rebela, simplemente se apaga.
Las señales que el empresario suele ignorar
Las señales de desmotivación son claras, pero pocas veces se quieren ver.
Cuando los colaboradores dejan de hablar, no es porque estén conformes, sino porque ya se convencieron de que nada cambia.
Cuando los más antiguos están más cansados que los nuevos, probablemente haya una deuda emocional no resuelta.
Cuando la rotación aumenta o la productividad baja, no es solo un problema de recursos humanos: es una señal de desconexión colectiva.
El empresario que solo mira resultados económicos pierde de vista el clima emocional que los genera. Y ese clima, cuando se enrarece, corroe la estructura más rápido que cualquier problema financiero.
El compromiso como espejo del líder
El compromiso del equipo es un reflejo directo del compromiso del líder con su propio proyecto.
Un empresario que perdió la pasión difícilmente pueda inspirarla. Uno que solo habla de problemas termina contagiando agotamiento. Y uno que no se detiene a reconocer los logros pequeños le roba al equipo la sensación de avance.
Liderar no es pedir más esfuerzo, sino crear un entorno donde el esfuerzo tenga sentido. Cuando el empresario logra eso, la camiseta se vuelve orgullo. Cuando no, se transforma en uniforme obligatorio que nadie quiere usar.
Cómo reconstruir la confianza perdida
Reconstruir el compromiso no requiere grandes discursos, sino pequeñas coherencias.
Primero, escuchar de verdad. No para justificarte, sino para entender qué sienten y qué necesitan tus colaboradores. Preguntar sin miedo y sin juzgar.
Luego, reconocer errores. Admitir que algunas decisiones pudieron dañar el clima o la confianza. En una PYME, la humildad del líder tiene más poder transformador que cualquier manual de management.
Finalmente, mostrar rumbo. La gente necesita saber hacia dónde va la empresa y cómo puede aportar. Cuando entiende el para qué, el compromiso se reactiva.
Las empresas que lo logran no son las más grandes ni las que más pagan, sino las que generan orgullo. Orgullo de pertenecer, de crecer, de aprender.
Cuidar la energía emocional del equipo
Cada empresa tiene una batería emocional. Se carga con confianza, claridad, reconocimiento y propósito. Se descarga con incoherencia, desorden y falta de escucha.
En las PYMES, donde los vínculos son más estrechos, esa batería es más sensible. Basta un mal gesto, una palabra injusta o una promesa incumplida para vaciarla.
Cuidarla no significa ser permisivo, sino justo. Ser firme sin perder humanidad. Entender que la energía del equipo depende, en gran medida, del ejemplo que baja desde la dirección.
El empresario que aprende a cuidar esa energía logra algo invaluable: un equipo que no solo trabaja, sino que cree en lo que hace.
Mirarse al espejo antes de señalar
Antes de preguntarte por qué tu gente ya no se pone la camiseta, pregúntate si tú seguirías trabajando con el mismo entusiasmo bajo tus propias condiciones.
¿Te sentirías inspirado por alguien que lidera como tú?
¿Te comprometerías con una empresa que comunica como la tuya?
¿Confiarías en un líder que decide como tú decides?
Esa mirada no busca culparte, sino invitarte a recuperar la responsabilidad que te corresponde. Porque el liderazgo no se trata de controlar, sino de inspirar. No de exigir compromiso, sino de merecerlo.
Cuando la empresa recupera su alma
Hay empresas que se apagan sin quebrar. Siguen vendiendo, pagando sueldos y entregando productos, pero ya no laten. La gente cumple, pero no vibra. La dirección ordena, pero no inspira.
Y sin embargo, recuperar ese pulso es posible. Basta con volver a conectar con el propósito original: ¿para qué nació esta empresa?, ¿qué valor queremos generar?, ¿qué historia queremos seguir escribiendo?
Cuando el empresario se reconecta con ese propósito, lo transmite de forma natural. Y esa autenticidad, más que cualquier manual, vuelve a teñir la camiseta del compromiso con los colores del entusiasmo.
En definitiva
Si tu gente ya no se pone la camiseta, tal vez seas tú quien la destiñó.
Porque el compromiso no se impone, se contagia.
Y la mejor forma de lograr que otros crean en la empresa es volver a creer tú primero.
Las PYMES que perduran no son las que tienen empleados obedientes, sino las que logran equipos que sienten que su trabajo tiene sentido.
Cuando eso sucede, nadie tiene que pedirles que se pongan la camiseta: la usan con orgullo, porque sienten que también les pertenece.