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La empresa mediana: demasiado grande para ser pequeña, demasiado pequeña para ser grande

La empresa mediana: demasiado grande para ser pequeña, demasiado pequeña para ser grande

Por Juan Carlos Valda – jcvalda@grandespymes.com.ar

Hay un lugar incómodo, complejo y pocas veces comprendido en el mundo empresarial: el de las empresas medianas. Ese territorio gris entre lo que suele llamarse una PYME pequeña y lo que ya se empieza a considerar una gran empresa. Y si estás leyendo esto, es muy probable que te encuentres en ese punto intermedio, sintiendo que tu empresa no encaja del todo en ninguna de las dos categorías.

Porque claro, ya no eres ese emprendimiento donde todo pasaba por ti, ya tienes estructura, tienes personal, tienes un volumen importante de operaciones, pero tampoco eres una multinacional, ni cuentas con los recursos (humanos, financieros o tecnológicos) que tienen los grandes del mercado. Entonces, ¿qué eres?

Eres una empresa mediana, y eso tiene sus luces y sus sombras.

1. Ya no puedes improvisar… pero sigues haciéndolo

Una de las grandes trampas de la empresa mediana es seguir actuando como si fuera pequeña. En algún momento, con la mejor intención, todo se fue resolviendo “como se podía”: la estructura fue creciendo, se sumó gente, se abrió una nueva sucursal, se incorporaron más productos… pero sin un plan claro.

Y cuando todo crece sin una hoja de ruta, aparecen los dolores porque ya no basta con ser intuitivo o tener “olfato”. Los números empiezan a complejizarse, la comunicación interna se vuelve más difícil, los errores ya no se resuelven con una charla en el pasillo.

En una empresa mediana, improvisar es jugar a la ruleta rusa.

2. Tienes equipo, pero faltan roles claros

Otra característica típica: hay personas, incluso buenos colaboradores, pero no están claros los roles. El que entró como administrativo ahora también hace cobranzas, carga datos y atiende el teléfono. El jefe de producción también organiza los envíos y tú, que deberías estar pensando en el rumbo estratégico, terminas resolviendo emergencias todos los días.

En algún momento hay que poner orden porque sin roles definidos, sin responsabilidades claras y sin una estructura mínima, la empresa se convierte en un caos y tú, que pusiste el cuerpo y el alma durante años para hacerla crecer, te conviertes en un bombero sin descanso.

3. Tienes volumen… pero no tienes respaldo

Este es uno de los puntos más difíciles. Ya que muchas empresas medianas venden mucho, facturan bien, pero tienen un problema estructural: no tienen respaldo, les falta capital de trabajo, les cuesta acceder a financiamiento, no tienen margen para afrontar una mala temporada o una caída repentina en la demanda.

La rentabilidad es tan ajustada que un error, un juicio laboral o una factura impaga de un cliente importante puede poner en riesgo todo el negocio.

¿Y por qué pasa eso? porque muchas veces el crecimiento no vino acompañado de una profesionalización, porque se confundió facturar más con ganar más y porque el modelo de negocio quedó desactualizado, pero nadie se animó a revisarlo.

4. Te comparas con las grandes… pero tienes otros desafíos

Hay una tentación permanente de mirar lo que hacen las grandes empresas. “Ellos tienen ERP, tienen jefe de calidad, tienen gerente de recursos humanos, tienen certificaciones ISO, tienen presupuesto para marketing digital…”

Y sí, ellos tienen todo eso, pero también tienen una escala, un presupuesto, una estructura que tú no tienes (ni estás obligado a tener). El problema es que, si los imitas sin adaptar, terminas haciendo inversiones que no dan resultado o implementando procesos que no se sostienen en el tiempo.

Lo que necesitas no es copiar modelos ajenos, sino encontrar el tuyo. Un modelo que te sirva a ti, que te permita ordenar, escalar y sostener tu calidad sin volverte loco.

5. Estás en el medio… también de las exigencias

Otra realidad incómoda: las empresas grandes te tratan como pequeño y las pequeñas te tratan como grande. Tus proveedores te piden condiciones de contado y tus clientes te piden 90 días. La autoridad fiscal no considera tu tamaño: te exige como si tuvieras un equipo legal y contable de diez personas. Tus empleados te reclaman como si fueras una multinacional, pero tus ingresos no se parecen ni de cerca.

Entonces, vives bajo una presión constante por cumplir, por no quedar mal, por mantener la imagen… pero con recursos limitados. Eso genera estrés, desgaste y, muchas veces, una sensación de soledad.

6. Eres invisible para las políticas públicas

Y si hablamos de soledad, hay que decirlo: las empresas medianas están desatendidas. Los programas de apoyo suelen estar pensados para las micro y pequeñas mientras que las grandes tienen sus propios canales de diálogo con el Estado. ¿Y tú? Ni una cosa ni la otra.

No hay incentivos, no hay líneas de crédito pensadas para tu escala, no hay acompañamiento técnico para los desafíos específicos que enfrentas y, sin embargo, eres parte fundamental del aparato productivo, del empleo formal, de las cadenas de valor.

7. Necesitas profesionalizar… pero no sabes por dónde empezar

Todos te dicen que tienes que profesionalizarte, que hay que delegar, que hay que implementar indicadores, que hay que tener una estrategia clara, y tú lo sabes. No necesitas que nadie te lo repita.

Lo que necesitas es que alguien te diga cómo, porque profesionalizar no es contratar un gerente costoso y cruzarse de brazo; es un proceso, una transición, un cambio de mentalidad.

Es entender que el rol del dueño también cambia: deja de ser quien hace todo y pasa a ser quien piensa, coordina, lidera. Y eso cuesta. Porque implica soltar, confiar y tener método.

8. Tu historia puede jugarte en contra

A veces, lo que más complica a una empresa mediana no es el mercado, ni la competencia, ni la tecnología, es su propia historia. Esa cultura de “hacer todo entre pocos”, de resolver en la urgencia, de confiar más en la palabra que en el sistema.

Una empresa mediana es muchas veces una empresa de costumbres que funcionaron cuando eran cinco personas… pero que hoy, con treinta, ya no alcanzan.

Y cuando quieres cambiar, aparecen las resistencias internas: colaboradores que dicen “esto siempre se hizo así”, socios que no ven la necesidad, familiares que opinan sin estar en el día a día.

9. Hay que rediseñar… sin perder la esencia

Esto es clave: profesionalizar no significa convertirte en una gran empresa sino encontrar tu propia manera de ser eficiente, ordenado, rentable y previsible.

El desafío no es crecer por crecer, ni llenarse de procesos innecesarios, es mejorar lo que haces sin perder tu cultura, tu estilo, tu cercanía con el cliente, tu identidad.

La empresa mediana tiene algo que vale oro: la flexibilidad, la cercanía, la capacidad de adaptarse rápido. Lo que le falta es método. Lo que le sobra es informalidad.

Y ahí está el camino: no cambiar tu ADN, sino potenciarlo.

10. No estás solo (aunque a veces lo parezca)

Muchos empresarios de empresas medianas sienten que están solos, que a nadie le importa lo que les pasa y que no tienen con quién hablar de verdad sobre sus problemas.

Y es comprensible porque, ¿con quién hablas cuando tienes que tomar una decisión difícil? ¿Con tu contador? ¿Con tu abogado? ¿Con tu socio? ¿Con tu familia?

La soledad empresarial es real, pero no es irreversible. Hay consultores, hay redes, hay herramientas y hay maneras de profesionalizarse, de mejorar, de crecer… sin perder la cabeza (ni el alma).

En resumen…

La empresa mediana es un mundo aparte. No es ni pequeña ni grande. Es un sistema vivo, con desafíos propios y con oportunidades enormes si se gestiona con inteligencia.

Tienes mucho a favor: experiencia, base instalada, reconocimiento, clientes, pero también tienes que dar un salto: pasar de la intuición al análisis, del caos al método, del esfuerzo a la estrategia.

Y ese salto no se da de un día para otro, se construye con acompañamiento, con decisión, con una nueva mirada sobre tu rol.

La empresa ya no eres tú. Pero tú sigues siendo clave para definir qué empresa quieres tener.

Nota: Si este texto te hizo reflexionar, quizás sea el momento de repensar cómo estás gestionando y cómo quieres vivir tu vida empresarial porque, al final del día, no se trata sólo de que la empresa funcione… se trata de que tú estés bien con ella.

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