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Un mal día lo tiene cualquiera, pero muchos días malos conforman una vida amarga

Un mal día lo tiene cualquiera, pero muchos días malos conforman una vida amarga

Por Jennifer Delgado Suárez

Todos hemos tenido un mal día. Ese día en el que el despertador no suena, el café se derrama sobre la camisa limpia, el autobús se te escapa ante tus narices y, para rematar, tu jefe te encarga un informe “para ayer”. Y justo cuando crees que ya nada puede ir peor, tu pareja te escribe un “tenemos que hablar”.  Son cosas que pasan.

La vida no es un anuncio de yogurt donde todo el mundo sonríe mientras pasea por un campo de flores en cámara lenta. Un mal día lo tiene cualquiera. Pero… ¿qué pasa cuando esas jornadas malas se convierten en la rutina? ¿Cuando empiezas a decir “otro día de mierda” con más frecuencia que “buenos días”? En ese punto las cosas se ponen serias y, si no tomas cartas en el asunto, esa consecución de malos días puede convertirse en una mala vida.

El problema no es el mal día, es la acumulación

Una mala noche de sueño no te convierte en insomne. Una discusión con tu pareja no define tu relación. Es una verdad de Perogrullo – aunque a veces lo olvidemos. Sin embargo, cuando duermes mal cada noche y discutir se vuelve la única forma de comunicación, se está gestando un problema.

Cuando los estados de ánimo se repiten, se convierten en hábitos emocionales. El cerebro tiene una enorme plasticidad, lo cual significa que cambia, se adapta y crea rutas neuronales en función de lo que repites – ya sean comportamientos o estados emocionales. Así, de la misma forma en que creas el hábito de hacer ejercicio, también puedes acostumbrarte al mal humor, el pesimismo, el estrés…

Generalmente esos patrones se van formando por debajo del radar de tu conciencia. Movido por los imperativos de la cotidianidad, es probable que no prestes suficiente atención hasta que esa ristra de malos días acaba amargándote la vida.

Y es que lo grave no es tener un mal día. Lo grave es normalizar el desgaste emocional. Resignarse a vivir en “modo supervivencia”. Pensar que es normal no tener ganas de nada. Acostumbrarse a la ansiedad constante…

La vida es la suma de tus hábitos emocionales

La calidad de vida no se mide en momentos espectaculares, sino por tu percepción de la cotidianidad. Lo ordinario. Lo repetitivo. Lo que no subes a las redes sociales. ¿La razón? Eso es lo que más tiempo ocupa. Unas vacaciones estupendas no hacen un año estupendo si odias tu rutina. Así como una escapada romántica no salvará tu relación si seguís discutiendo al regresar a casa.

Si cada día te despiertas con desgano, pasas las horas mustio o frustrado y te acuestas con la sensación de que no has avanzado, entonces no estás teniendo solo un mal día: estás atrapado en un patrón de vida que no te conviene.

Algunas señales de que no solo estás teniendo una mala jornada son:

  • Te cuesta encontrar algo que te ilusione, incluso cuando miras al futuro.
  • Todo te agota, incluido lo que antes disfrutabas.
  • Reaccionas con irritabilidad o apatía prácticamente ante cualquier cosa.
  • Te sientes desconectado de ti mismo o de quienes te rodean.
  • Vives con una sensación de urgencia permanente, pero sin tener claro hacia dónde vas.
  • Evitas sentarte con tus emociones porque “no tienes tiempo para eso”.
  • Sientes que estás sobreviviendo a duras penas, no viviendo.

“Ya pasará”, la excusa perfecta para ensartar un mal día tras otro

Muchas personas no quieren afrontar que no se trata simplemente de un mal día, así que se refugian en la racionalización consolándose con un “ya pasará”. Y sí, muchas cosas en la vida pasan. Como los resfriados. Como las visitas incómodas. Pero el malestar emocional, cuando se ignora, no siempre pasar. A veces se queda. Se instala. Se acomoda en tu sofá y te amarga la vida.

Decirte que “es solo una etapa” sin hacer nada al respecto es como tener una gotera en casa y pensar que el techo se va a reparar solo con el tiempo. Spoiler: generalmente empeora. La esfera emocional funciona igual. Como advirtiera Freud: “las emociones reprimidas nunca mueren. Están enterradas vivas y saldrán a la luz de la peor manera”.

Es posible que tu vida realmente sea complicada o que estés atravesando una etapa difícil. Nadie minimiza tus problemas. Pero se trata de entender que, si bien el dolor es inevitable, el estancamiento es opcional.

Hay muchas personas que llevan vidas muy difíciles y, sin embargo, no viven tan amargadas. Y hay personas que, con todo aparentemente “resuelto”, se sienten vacías. La diferencia estriba en cómo afrontan lo que les pasa, no solo en lo que les pasa.

De hecho, ¿te has preguntado si lo que más te agota no son tus circunstancias, sino tu forma de reaccionar ante ellas? A veces no es el trabajo, es la presión con la que lo cargas. No es tu pareja o tus padres, sino tu miedo a poner límites. No es la rutina, es que has dejado de hacer espacio para lo que te apasiona y te hace sentir vivo.

Tres estrategias prácticas para romper la racha de los días malos

No voy a decirte que sonrías más, que repitas mantras personales frente al espejo o que pienses positivo. La solución no es fingir que todo es maravilloso (porque probablemente no lo sea), sino evitar que lo malo campe a sus anchas y termine amargándote la vida.

Algunas personas evitan. Otras niegan. Algunas se anestesian con redes sociales, comida o trabajo. Pero pocas se sientan a preguntarse: “¿Qué estoy haciendo con esto?”.

Por tanto, el primer paso para salir de una secuencia de malos días es aceptar que necesitas cambiar tu estrategia porque es evidente que algo no está funcionando. ¿Cómo hacerlo?

  1. El truco del “pero”. En lugar de pensar “hoy ha sido un día horrible”, prueba con un “hoy ha sido un día horrible, PERO al menos he...”. No se trata de negar lo negativo, sino de impedir que ocupe todo el espacio y termine desplegando su velo de pesimismo sobre todo. Incluso los días malos tienen cosas positivas. El problema es que no solemos verlas.
  2. El poder de los pequeños cambios. No necesitas mudarte a Bali ni renunciar a tu empleo para dejar de tener malos días. A veces el cambio empieza con lo más simple. Si siempre te levantas tarde y corres como un loco, ¿has probado a poner el despertador lejos de la cama para obligarte a levantarte más temprano? Si el tráfico te saca de quicio, ¿has considerado escuchar podcasts o audiolibros mientras esperas? Pequeños cambios pueden romper la inercia que generan los días malos, logrando que tu rutina sea más agradable.
  3. La regla del 80/20 aplicada a las quejas. Según el principio de Pareto, aproximadamente el 80% de los efectos o resultados se deben al 20% de las causas o factores. Por tanto, es probable que el 80% de tu mal humor provenga del 20% de tus problemas. Identifica ese 20% y busca soluciones concretas. El resto, déjalo ir. A fin de cuentas, no puedes controlar todo: no puedes controlar que llueva, pero puedes salir con un paraguas.

Un mal día lo tiene cualquiera. Pero si se está convirtiendo en la norma, es importante que no lo normalices. Porque no es normal. Tu bienestar no debería ser algo excepcional. Tener una buena vida no significa que todo salga bien. Significa que sabes qué hacer cuando las cosas van mal. Significa que te das permiso para sentir, pedir, cambiar y soltar. No se trata de ignorar lo negativo, sino de impedir que escriba la historia de tu vida, día tras día.

Fuente: https://rinconpsicologia.com/un-mal-dia-lo-tiene-cualquiera-muchos-son-vida-amarga/

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