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La brújula funciona bien, lo que se rompió es el mundo

Por Juan Carlos Valda – jcvalda@grandespymes.com.ar

Hay frases que dicen más de lo que aparentan y ésta, que le da el titulo a este artículo, ha sido rescatada por mi amigo Leo Bajer de la legendaria historieta “El Eternauta”, tiene una potencia extraordinaria si la traemos al mundo empresario: “La brújula funciona bien. Lo que se rompió es el mundo.” Y en ese breve enunciado está, quizás, uno de los principales dilemas de las pequeñas y medianas empresas en estos tiempos vertiginosos. No estamos frente a empresarios incompetentes, ni frente a negocios mal llevados. Estamos frente a hombres y mujeres que aprendieron a manejar la brújula con maestría, pero que hoy están desorientados no porque su instrumento de navegación haya fallado, sino porque el mapa entero se transformó.

Durante décadas, las reglas del juego fueron más o menos claras. Uno sabía que, si trabajaba con esfuerzo, cuidaba los costos, atendía bien al cliente y mantenía una buena relación con sus empleados, la empresa avanzaba. La brújula apuntaba al norte, y aunque a veces el camino se empantanara, el rumbo estaba claro pero hoy esa certeza se desdibujó. Las coordenadas ya no son las mismas, el terreno cambió de forma, y donde antes estaba el norte, ahora está el sur. Eso no invalida todo lo aprendido; simplemente nos obliga a reinterpretarlo.

La pregunta, entonces, no es si lo que hacemos está mal porque no lo está. La pregunta es si lo que sabemos hacer, tal como lo hacíamos, sigue siendo suficiente para el mundo de hoy. Porque ahí está la clave: no es que nuestra manera de gestionar, producir o vender haya dejado de ser válida, es que el contexto en el que esas herramientas funcionaban ha cambiado tanto, que hoy ya no alcanza con repetir fórmulas conocidas.

Piensa, por ejemplo, en el cliente. Antes, mostrar el producto, explicar sus atributos, ofrecer una promoción y cerrar la venta era una secuencia habitual y, muchas veces, suficiente. Hoy ese mismo cliente llega informado, con referencias, con dudas más complejas y con expectativas que ya no giran solamente en torno al precio o la calidad. Quiere vivir una experiencia, ser escuchado, sentirse respetado, y muchas veces también busca que la empresa con la que interactúa represente ciertos valores. No es que ya no sepamos vender, sino que las condiciones bajo las cuales el cliente compra se transformaron profundamente.

Lo mismo pasa con los equipos de trabajo. Ya no alcanza con decir “así se hacen las cosas” ni con exigir compromiso sin ofrecer propósito. Las nuevas generaciones se mueven con otros códigos, con otros intereses y con otra relación con la autoridad. Eso no significa que no quieran trabajar o que no sirvan; significa que necesitan ser lideradas de otra forma. El modelo de jefe que da órdenes sin explicar razones ya no conecta. Hace falta liderar con sentido, con coherencia, con apertura. No se trata de tirar por la borda lo aprendido, sino de complejizarlo, de adaptarlo.

La gestión también se volvió un terreno más movedizo. Antes uno podía hacer un presupuesto anual con cierta confianza en su cumplimiento. Hoy, variables como la inflación, el tipo de cambio, los cambios regulatorios o los avances tecnológicos pueden desbaratar cualquier planificación en cuestión de semanas. Planificar sigue siendo importante, pero hoy hay que hacerlo con una dosis mayor de flexibilidad, con escenarios múltiples, con monitoreo constante y capacidad de respuesta rápida. No es que ya no haya que planificar, es que hay que hacerlo distinto.

Y en ese punto es donde muchos empresarios se frustran. Porque miran su brújula, confirman que funciona, y sin embargo sienten que todo alrededor está fuera de lugar. Lo que no ven es que el mapa cambió y que donde antes había un camino firme ahora hay un pantano, que la dirección sigue siendo valiosa, pero el modo de llegar a destino exige otras decisiones.

El error más frecuente que encuentro en las PYMES es tratar de “ajustar la brújula” cuando lo que realmente se requiere es redibujar el mapa. Y eso es mucho más desafiante, claro porque implica soltar ciertas certezas, asumir que el mundo en el que fuimos exitosos ya no existe, y entender que lo que nos trajo hasta acá no necesariamente nos llevará a donde queremos ir.

Eso no significa empezar de cero, al contrario: significa construir sobre lo que ya tenemos, pero con una mirada diferente, implica conservar la brújula, pero sumar otros instrumentos de navegación. Incorporar nuevas herramientas, nuevas voces, nuevas miradas. Preguntar, escuchar, observar con atención y dejar de dar por sentado lo que hasta hace poco parecía incuestionable.

Hay empresarios que, frente a este escenario, entran en parálisis, piensan que ya no entienden nada, que están desactualizados, que todo se volvió demasiado complejo y entonces se retraen. O peor aún: se aferran con más fuerza a lo conocido, esperando que el entorno vuelva a parecerse a aquel donde sí sabían moverse. Pero eso no va a pasar. El mundo, como decíamos, se rompió y también se está reconstruyendo, pero con otras reglas, otros materiales y otras prioridades.

Por eso es fundamental no confundir nostalgia con diagnóstico. Extrañar los tiempos en los que todo era más claro no significa que esa realidad siga existiendo y mientras uno espera que las condiciones regresen, otros ya están aprendiendo a moverse en este nuevo terreno y lo están haciendo no porque tengan una brújula mejor, sino porque aceptaron que el mundo cambió y decidieron adaptarse.

Adaptarse, en este contexto, no es renunciar a la esencia. Es reinterpretarla y encontrar la manera de seguir siendo fiel a lo que somos, pero en un lenguaje que el mercado actual entienda. Es seguir apostando al trato personal, pero con canales digitales y mantener el compromiso con la calidad, pero incorporando trazabilidad, sostenibilidad y velocidad de respuesta. Es continuar liderando, pero generando espacios de diálogo y construcción colectiva.

Entonces, ¿por dónde empezar? Primero, por reconocer que el problema no está en lo que sabemos, sino en cómo lo aplicamos. Luego, por abrirnos a aprender cosas nuevas sin sentir que eso nos quita autoridad. Por sumar gente que vea lo que nosotros no vemos. Por preguntar más, por escuchar con humildad, por revisar los modelos de negocio, por salir de la rutina operativa y dedicar tiempo a pensar. Porque pensar, en este contexto, ya no es un lujo. Es una necesidad.

Y también por revisar nuestras propias creencias. Muchas veces el mayor obstáculo para adaptarnos no está afuera, sino adentro, en frases como “acá siempre lo hicimos así”, “esto no sirve para nuestra empresa”, “eso es para las grandes” o “la gente ya no quiere trabajar”. Son frases que nos calman, que nos justifican, pero que nos dejan estancados porque mientras nosotros nos convencemos de que la brújula está rota, hay otros que con la misma brújula ya encontraron un nuevo norte.

No hay que tirar todo, pero sí hay que revisar todo. Evaluar qué parte de nuestro modelo sigue siendo sólida y qué parte ya quedó fuera de época. Preguntar qué necesita realmente hoy nuestro cliente, cómo vive nuestro equipo su día a día, qué información usamos para decidir, qué indicadores seguimos, qué conversaciones no estamos teniendo.

Este no es un tiempo de certezas, es un tiempo de preguntas. Y las PYMES, por su tamaño y estructura, tienen una ventaja que pocas veces reconocen: pueden moverse rápido. Pueden ajustar, corregir, probar. Pueden aprovechar su cercanía con el cliente, su flexibilidad, su conocimiento del terreno. Pero solo si dejan de esperar que el mundo vuelva a ser como era.

Hoy más que nunca, hay que hacer un ejercicio de sinceridad brutal: mirar lo que tenemos, ver qué nos sirve y qué no, y animarnos a rediseñar el mapa porque si insistimos en navegar con coordenadas viejas, lo que nos espera no es la pérdida del rumbo, sino el naufragio.

La brújula funciona bien, no la deseches. No te pelees con tu historia, pero tampoco te aferres a un mapa que ya no describe el terreno que pisamos. Hoy, ser empresario PYME no es solo saber hacer, es saber leer el entorno, los cambios, a los otros, y también leerse a uno mismo porque en este nuevo mundo, la brújula sola no alcanza, necesitamos, también, coraje para asumir que el norte se ha movido.

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