Por Francisco Alcaide
Hace unos días dejaba en mi cuenta de Instagram la siguiente reflexión: «No existen las emociones buenas o malas, sólo las emociones agradables o desagradables. Todas las emociones son útiles: nos dan información para conocernos mejor, y así crecer, mejorar y evolucionar. Las emociones son un mapa: datos e información. La clave: identificarlas, regularlas y gestionarlas».
Comentaba esto porque vivimos tiempos convulsos. En un contexto en el que todo invita al caos, mantener una actitud de serenidad y tranquilidad es clave. La agilidad empresarial que demanda el entorno actual debe ir acompañada de la agilidad emocional o el estrés, la ansiedad y la depresión son inevitables.
¿Qué explica que haya actualmente tantos problemas de salud mental? Precisamente eso, el vernos desbordados por los acontecimientos. Según el Índice de Bienestar Global de Bupa 2022 realizado entre 2.400 líderes de ocho países, el 89% de los entrevistados habían experimentado síntomas de mala salud mental en los últimos 12 meses, frente al 71% de 2021 (ver artículo Salud mental: de estigma a propósito).
Las crisis van a ser cada vez más recurrentes y profundas. Vivimos tiempos que han venido a denominarse de permacrisis y policrisis; esto es, la confluencia en el tiempo de muchas crisis que se van alternando sucesiva y recurrentemente unas cosas con otras: bélicas, sanitarias, económicas, financieras, empresariales… No salimos de una y entramos en otra.
La pregunta es: ¿Qué diferencia a las personas capaces de dominar este tipo de desafíos del resto? La respuesta está en la agilidad emocional. La gestión de las emociones, con inteligencia o negligencia, va a determinar en gran medida nuestro éxito en la vida. De ello habla ampliamente Susan David, psicóloga, CEO del Institute of Coaching (Harvard University) y autora del libro Agilidad Emocional. Apuntamos algunas ideas al respecto:
1. La ‘agilidad emocional’ trata de cómo podemos mantener una relación sana con nuestras emociones para poder sacar lo mejor de nosotros.
En la vida conviven lo bello y lo frágil y, probablemente, gran parte de la belleza proviene de la pérdida y la añoranza. En esa dualidad reside la magia de la vida. A lo largo de nuestra existencia hay muchas circunstancias que nos tambalean: una muerte, una enfermedad, un accidente, un divorcio o un despido. Y cuando lo hace, la mayoría nos sentimos muy desorientados y no sabemos cómo gestionar esas situaciones. No se nos prepara para ello; no se nos educa para desarrollar las capacidades necesarias para cuidar de nosotros mismos. Como consecuencia de ello se originan muchos conflictos en todos los ámbitos: salud, carrera profesional, relaciones de pareja o en la educación de nuestros hijos.
La ‘agilidad emocional’ es la capacidad de vivir con nuestros pensamientos, emociones y recuerdos de forma saludable; es una forma inteligente de interactuar con nuestras emociones: ser conscientes de ellas, aceptarlas y luego ir más allá dando pasos firmes para que nuestra vida mejore según nuestros valores (lo que más nos importa). La ‘agilidad emocional’ nos permite crecer, mejorar y desarrollarnos como personas.
2. La ‘rigidez emocional’ es todo lo contrario a la ‘agilidad emocional’.
La ‘rigidez emocional’ se produce cuando quedamos atascados en nuestros pensamientos (no soy bueno), emociones (tristeza o estrés) o incluso recuerdos (cosas que nos cuentan en la infancia), y no podemos avanzar según nuestros valores (lo que queremos ser). Un ejemplo: podemos considerar que un valor importante para nosotros es ‘estar presentes’: aquí y ahora. Sin embargo, al llegar a casa y estar con los hijos, estamos pegados al teléfono porque no podemos desconectar del trabajo. Es decir, el estrés guía nuestra vida, y no nuestros valores. Otro ejemplo: podemos estar en una reunión, alguien nos dice algo que nos hace sentir mal, y reaccionemos automáticamente de una forma que puede ser perjudicial para nuestra carrera profesional. La ‘rigidez emocional’ es cuando nuestros pensamientos, emociones y recuerdos nos bloquean y nos dirigen, llevándonos a actuar de una manera negligente. Cada vez más estudios demuestran cómo la ‘rigidez emocional’ está asociada a problemas psicológicos como la depresión o la ansiedad.
3. La ‘agilidad emocional’ NO consiste en controlar los pensamientos o en forzarse a pensar de forma positiva.
Se nos ha vendido que hay que ser positivos a toda costa y eso es erróneo; se nos invita a demostrar ese positivismo incluso cuando la realidad es la contraria, negando nuestras emociones. La ‘agilidad emocional’ no va de ser positivos todo el tiempo. Lo peor que se puede decir es: ‘no quiero estar triste’ o ‘no quiero sentir rabia’. Sentirse mal forma parte de la vida. Negar nuestras emociones es negarnos a nosotros mismos. Esa ‘positividad forzada’ es contraproducente y nos lleva a sentirnos peor.
La ‘agilidad emocional’ nos da el permiso de sentir lo que estamos sintiendo, pero no se queda atascada ahí. La ‘agilidad emocional’ toma consciencia de las emociones, las acepta, se distancia de ellas para entenderlas mejor, para a continuación tomar acciones que estén alineadas con nuestros valores (lo que queremos ser). No podemos forzar la felicidad, porque entonces no desarrollamos las habilidades necesarias para enfrentarnos a una vida que por naturaleza va a generarnos malestar y dificultades. No podemos elegir vivir solamente buenas experiencias. Eso no es la vida. No puedes vivir una vida significativa sin tensión, sin altibajos, sin decepciones. Sólo los que se atreven a vivir, sufren. Si no quieres estar triste, ni decepcionado, ni estresado… entonces, como dice Susan David, «tienes los objetivos de una persona muerta». Los muertos son los únicos que no sufren decepciones, ni se estresan, ni se les parte el corazón. Como escribimos en Aprendiendo de los mejores 5: «El malestar es el precio a pagar por tener una vida plena. Vivir una vida plena significa experimentar toda clase de emociones».
4. Las personas a menudo utilizan dos maneras de lidiar con las emociones: embotellarlas o incubarlas.
Ambas afectan muy negativamente a nuestra salud, a nuestro bienestar y a todos los aspectos de nuestra vida:
- Embotellar las emociones. Consiste en negar las emociones. A veces, porque la sociedad dice que hay que ser positivo (el clásico flower power) o por no tener desarrolladas las habilidades de ‘agilidad emocional’ (se piensa que la tristeza o la rabia son malas), tendemos a dejar de lado lo que estamos sintiendo. Es lo que se conoce como ‘fuga emocional’, una forma no saludable de lidiar con las emociones. Lo que sucede cuando apartas tus emociones de manera recurrente, es que esa práctica suele estar asociada a: primero, altos niveles de depresión y ansiedad ya que no aceptamos la realidad; segundo, afecta a nuestra capacidad de resolver problemas eficazmente, ya que se dedican recursos cognitivos para apartar esas emociones, con lo cual contamos con menos herramientas para solucionar las situaciones difíciles.
- Incubar las emociones. Consiste en tratar las emociones como hechos, como si tú fueras tus emociones; como si las emociones fueran el centro del universo. Damos vueltas una y otra vez a la situación que nos produce una emoción: ira, tristeza, miedo o culpa, por ejemplo. No podemos quitárnosla de la cabeza. Rumiamos continuamente y no tomamos una distancia saludable de ellas. En el primer caso (embotellar), las negamos; en este caso (incubar), somos todo emociones. Los efectos psicológicos de incubar son muy similares a los de embotellar: mayor tendencia a la ansiedad y la depresión que afecta a nuestras relaciones personales e interfiere en la habilidad para resolver problemas con eficacia.
Ambos patrones (embotellar e incubar) son dañinos para nuestro bienestar, pero hay una tercera alternativa más inteligente: la ‘agilidad emocional’, el punto medio entre ignorar las emociones y dejarse llevar por ellas.
5. La ‘agilidad emocional’ es un proceso de cuatro pasos:
De manera resumida:
- EXTERIORIZAR: consiste en aceptar las emociones, todas cumplen su función. Recuerda: lo que niegas, te somete; lo que aceptas, te transforma.
- DISTANCIARSE: consiste en contemplar la realidad emocional como un observador imparcial. ¿Qué es lo que estoy siento realmente? ¿Rabia, ira, tristeza, frustración, miedo…? Etiquetar las emociones para comprenderlas.
- PREGUNTARSE: etiquetar nuestras emociones ayuda a descubrir qué es importante para nosotros. Detrás de las emociones que más nos molestan, están las cosas que más nos importan. No sentimos frustración, rabia o celos por algo que no nos importa. Cada emoción difícil tiene un valor asociado a ella. Cuando apartamos esas emociones difíciles que nos molestan (las negamos) también estamos apartando un valioso aprendizaje sobre nuestros valores (lo que es importante para nosotros).
- AVANZAR: una vez que uno tiene claros sus valores, lo siguiente es tomar acción. De lo que se trata es de dar pasos que estén alineados con nuestros valores y así mejorar.
En definitiva, y como escribimos en una entrevista reciente, «la manera en cómo lidiamos con nuestro mundo interior acaba por determinarlo todo. La buena (mala) gestión de nuestro mundo emocional afecta a nuestro rendimiento, a nuestras relaciones, a nuestra salud, a cualquier cosa» (ver artículo El estrés no existe). Así que conviene entrenar la ‘agilidad emocional’. Como decía en cierta ocasión Daniel Goleman, autor de La práctica de la Inteligencia Emocional:
«Las emociones fuera de control pueden transformar en estúpidas a personas inteligentes».
Fuente: https://franciscoalcaide.com/blog-francisco-alcaide-2/369-la-importancia-de-la-agilidad-emocional