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por Elena Arnaiz

Piensa en alguien que para ti, sea psicológicamente fuerte. ¿Lo tienes?

Esa persona fue fuerte una vez. El día que no se rompió del impacto, ese día fue fuerte.

Esa persona que tienes en mente, para mantenerse en esa fortaleza (porque no es infinita) que le protege de romperse en pedazos hace un esfuerzo psicológico tremendo cada día.

Todos y cada uno de los días de su vida se esfuerza. Y con cada pequeño impacto adicional que recibe por el hecho de estar vivo, hace más y más esfuerzo. 

El enorme esfuerzo por mantenerte siempre fuerte

Más esfuerzo para regularse emocionalmente. Y puede que se pase de revoluciones y sea incapaz de sentir con intensidad nada. Ni lo malo (que le protege del dolor) ni lo bueno (que le protege aún más del dolor y ha dejado de sentirlo).

Más esfuerzo para hablarse de una forma que le beneficie. Y no quedarse ahogado en bucles de mi%rda

Más esfuerzo para no perder el control. Y, entonces, puede que pase a hipercontrolar todo lo controlable. Y ya sabemos a estas alturas, que poco puedes controlar en esta vida. Y eso, entonces, te genera aún más malestar.

Más esfuerzo para no derrumbarse. Y, entonces, rara vez se deja caer. Y si lo hace, es en soledad. Porque, claro, tiene que mantenerse fuerte.

Más esfuerzo para ser fiel a unos hábitos y a una disciplina que le permite seguir en equilibrio.

Y, a veces, se obsesiona. Porque si no hace ésas cosas (que son buenas para él) sabe que iniciará otras (no tan buenas) para compensar, para sentir algo. Lo que sea. Nada te deshumaniza más que ser incapaz de sentir.

Más esfuerzo para decir que no a lo que le hace daño. Incluidas personas a las que adora.

Más esfuerzo para mantenerse en un estado de hipervigilancia que probablemente lo tenga exhausto. Porque su sistema nervioso se ha acostumbrado a prestar atención para ver cuando le va a venir el siguiente golpe. Y siente que debe permanecer fuerte. Porque si baja la guardia… pam.

Ser permanentemente fuerte te aisla de los demás.

Más esfuerzo para volver a tener relaciones sanas, equilibradas y basadas en la confianza. Porque probablemente alguien o algo se la haya arrebatado. Y una vez que siente que no puede confiar en nadie… la gran fortaleza que ha construido para que nadie le haga daño es la misma que impide que las personas de buenas intenciones entren a ayudar a reparar el daño.

Y cuando a esa persona le cuelgas el atributo de la fuerza, en cierto modo, le niegas ese gran esfuerzo que cada día hace.

Como si la fortaleza, una vez que eres tocada por ella, fuera una especie de capa protectora de todo mal que simplemente portas y ya. “Échame encima lo que tú quieras, que soy fuerte” – parece, desde afuera, que llevaran un cartel con esta frase.

El peso extra de ser etiquetado por los demás como Fuerte

Entonces esa persona, a la que le decimos una y otra vez lo fuerte que es, le pedimos (de forma implícita) que lo aguante todo.

Y no nos damos cuenta que en ese esfuerzo diario que realiza, ya no cabe lugar para mucho más.

Y la cosa más nimia, la pequeña gota que colmó el vaso hace que se desparrame por completo.

Pero no puede quejarse ¿por qué sabes que va a pasar si lo hace?
Que no puede. Que no se lo permitimos.

Porque es fuerte.
Porque él y ella pueden con todo.
Porque si pasó por aquello cómo no va a pasar por esto otro.
Y la realidad, es que en esta vida acumulas. No superas las pantallas con el contador de las vidas disponibles flamantes y listas para estrenar. No, no funciona así.

Y por eso ser fuerte no es lo mismo que ser valiente.

Por eso a mí me gusta decir que las personas, como mucho, somos personas muertas de miedo y de dolor poniendo todo de nuestra parte para llevarlo lo mejor que podemos y sabemos.

Porque asumir esto, nos acerca a la ayuda de los demás.
Porque nos iguala, nos humaniza y nos alivia el peso.
Porque nos deja ante los ojos de los demás, vulnerables.

En la vulnerabilidad reside nuestra mayor fortaleza

Y esta, la vulnerabilidad, sin duda, es la mayor de las fortalezas. Porque te acerca el otro. Porque te permite sentirte escuchado, sostenido y acompañado.

La fortaleza te encierra en ella, te aísla y te deja solo. No deja entrar a los “malos” pero también niega toda posibilidad de entrada a “los buenos”.

La vulnerabilidad derriba todos esos muros y te acerca al mundo. A los demás. A la única posibilidad de iniciar el camino para sanar.

Por eso, siempre siempre siempre, corrijo a quién con todo su amor y cariño me llama fuerte. Por resumir les digo que no soy fuerte, que como mucho, soy valiente.

Por eso hoy, tras una sesión muy intensa con alguien que se cansó de ser fuerte, he sentido el fuerte impulso de escribirte a ti.

Por si también te hace falta recordártelo.

No eres fuerte.

Te puedes y debes caer. Y apoyarte en los demás. Y pedir ayuda.

Y es maravilloso.

Fuente: https://elenaarnaiz.es/el-precio-tan-alto-de-ser-siempre-fuerte-y-porque-fuerte-y-valiente-no-son-sinonimos/

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