Por Merce Roura
Este 2023 que se acaba ha sido uno de los años en los que he sentido más dolor de toda mi vida.
Ha habido muchas situaciones que me han partido en dos. He perdido muchísimo, he dejado mucho atrás pero y, al mismo tiempo, lo he ganado todo. Se me ha roto el corazón y se me ha roto el alma, me he quebrado por dentro y he permitido que la vida me atravesara. He sentido como una parte de mí se moría para nacer de nuevo. He vivido el desengaño, el desamor, la vergüenza, el rechazo, como nunca antes en mi vida… Como cuando era niña y muchas veces estaba en la escuela y mientras miraba a mis compañeras pensaba que nunca iba a encajar y que este mundo no era lugar al que yo perteneciera.
He pasado muchos años luchando contra esa sensación de estar desgajada del todo, de no encajar, de no pertenecer, de no parecer «normal» por mucho que insistiera y me esforzara. De ser rara y estar sola, aunque la soledad fuera muchas veces un bálsamo agradable comparado con la sensación de ridículo constante por no estar nunca a la altura de lo que el mundo parecía esperar de mí. He luchado para demostrar mi valor, para hacer méritos, para que la gente me diera el visto bueno. Con el tiempo, no solo aprendí que no podemos forzar nada, sino que no se consigue nada luchando y yendo contra lo que realmente eres, que debes seguir el camino que sientes que debes seguir y darte cuenta de tu valor tú mismo. Esperar a que otros lo vean es una pérdida de tiempo, de ganas, de energía y de entusiasmo. Al final, me acostumbré a mis rarezas, a mis pequeñas miserias y a mis fortalezas. Darme lo que necesito es mi responsabilidad y de nadie más. Nadie puede salvarnos, solo nosotros mismos.
Ha sido un tiempo durísimo. Lo que pasa es que también ha sido mágico. Porque me he roto bien. Sin disimular, ni buscar medias tintas. Me he roto y ha atravesado el dolor y el miedo de esa herida.
Decidí dejar de huir de mí misma y ponerle rostro y fecha a mis miedos, atravesarlos para darme cuenta de que en realidad no eran nada. Este año que ahora termina he decidido mirar de frente a la vida y ser yo misma. He sido salvajemente sincera conmigo y con las personas con las que me cruzado y he amado. He amado muchísimo, siempre amo mucho, tal vez demasiado. Este año he amado más que nunca y he aprendido también más que nunca amar de otro modo. Amar me ha llevado a una de las experiencias más dolorosas de mi vida, y al mismo tiempo, a lo más hermoso… Una experiencia que me ha servido para aprender una sabía lección. Aprender a amar sin dejar de amarme. Aprender a dar sin dejar de darme. Aprender a respetarme de una vez por todas y poner límites a mi entrega.
Este año me he roto, pero he subido un peldaño más en mi amor propio. Quizás por primera vez en mi vida, ante la disyuntiva y el cruce de caminos, me he elegido a mí misma. Y ante seguir arrastrando un peso y seguir luchando por algo que deseaba o soltarlo para dejar de hacerme daño he decidido dejar ir, aunque soltarlo doliera mucho. Este año entre el mundo y yo, no escogí al mundo por primera vez, porque sentí que no le debía nada y a mí me lo debía todo. Que no tenía que demostrar nada ya para merecer, ni ser valorada. Decidí dejar de esforzarme para ser amada y reconocida por otras personas… Y en la encrucijada, tomé el camino que llevaba a mí. Decidí cuidarme y darme lo que necesitaba, antes de seguir dando a otros en balde y esperando a que se dieran cuenta de mi valor… Que me dieran algo que nunca llegaba, tal vez porque, en el fondo, nunca creí que lo mereciera de verdad. Aunque me rompiera por dentro al tomar la decisión y una vocecilla amarga me dijera mil veces que tendría que haber insistido un tiempo más, un año más, un siglo más, una vida entera más luchando para ser valorada y ocupar un lugar que no me daba ni siquiera yo misma.
No hay nada por lo que pelear para ser amado y aceptado. No hay que esforzarse para ser valorado. Merecemos lo mejor ahora ya haciendo lo que sentimos. La vida no es una carrera, es un camino. No podemos maltratarnos y exigirnos el triple que a los demás para recibir su aceptación. Si no te aman como eres, no te amarán aunque lo des todo, al contrario.
Este año he cometido los actos de amor propio más bárbaros y gigantes de toda mi vida. He comprobado una vez más que si no te respetas, si no te amas, si no piensas en ti si y te das tú lo que esperas, nunca recibes lo que deseas. Si no te valoras, ese camino no tiene retorno. No lleva ninguna parte, es un callejón sin salida sórdido y sucio.
Que no nos lo vendan con velas y frases bonitas… No hay amor en dar amor y no recibir amor. Hay miedo y sufrimiento. Hay necesidad y escasez. Donde te sientes pequeño, rechazado, triste, insignificante, no es. Por ahí no es o no es el momento y tal vez debas esperar un tiempo. Este año me he roto para poder sacar de mí lo que había dentro. Me daba mucho miedo romperme, me daba mucho miedo afrontar el rechazo y el dolor de plantar cara otra vez a lo que quiero y a lo que necesito. El dolor de decir aquí estoy yo y esto es lo que merezco y lo que siento… No quiero menos esta vez. Sabía que eso me iba a destruir, a desmoronar, a romper. Y lo hizo. En millones de diminutos pedazos… Qué sorpresa cuando al caer al suelo y romperme descubrí que no estaba hueca, sino que era como una hucha que estaba llena de todo por dentro y que ese todo no se podía descubrir hasta que no decidí exponerme a caer. Hasta que no decides que si la alternativa es perderte a ti, te arriesgas a perder todo lo demás, no te encuentras… Hasta que no ves que no puedes sujetarlo todo porque te dejas de sujetar a ti, no sueltas.
Este año me ha roto como la cáscara de un fruto que ignora que en realidad es una semilla. Y que cuando se rompe para brotar y echar raíces se da cuenta de que lleva años y años intentando no agrietarse, evitando la lluvia cuando, en realidad, era justo eso lo que necesitaba para crecer y evolucionar.
Este año he dejado de eludir mi miedo del todo. He dejado de esquivar los golpes y los desengaños. He sido yo misma y he decidido pensando en mí a pesar de saber que quizá eso me llevaba renunciar a algunas cosas que amaba mucho. Este año he sido yo misma a pesar de que eso generara ese rechazo gigante que me he pasado la vida intentando evitar.
Este año lo he dado todo otra vez como todas las veces cuando me comparto, cuando amo, cuando estoy, pero este año también me lo he dado todo a mí. Me he descubierto. Me he elegido. Me he respetado. Y desde ahí he podido perdonar y perdonarme por todo. Comprender que las personas con las que nos cruzamos no son más que cómplices de nuestra necesidad de mirar dentro y nos dan ese empujón para hacerlo, aunque duela. Y que el único rechazo que nos puede aniquilar, si no lo perdonamos, es el propio.
Este año, en el cruce de caminos, entre seguir luchando para ser valorada y reconocida o valorarme yo y dejar de mendigar, me di la oportunidad a mí y me escogí. Me permití romperme para poder reconstruirme otra vez. Me presté a ser rota para poder descubrir que solo necesitaba amarme yo, en realidad.
El dolor fue insoportable. El miedo fue atroz… La recompensa está a la altura. Ha sido bárbara.
Fuente: https://mercerou.wordpress.com/2023/12/27/romperse-para-poder-reconstruirse/