En un entorno incierto y cambiante, las recetas previas de éxito han caducado y más vale sacudirse los automatismos. Hay una tormenta perfecta que une globalización, crisis económica y una Revolución Digital que es aún más radical que la Industrial del XIX. Esto no va a desaparecer por ignorarlo o por encontrar culpables. Ya nos gustaría que los tiempos fueran menos interesantes.
No basta con ser aplicado para sobrevivir. No hay nichos donde esconderse ni modelos a los que seguir. Se acabó ser almeja o vivir en un banco de peces. Ser diferente es condición necesaria, pero no suficiente. Lo único que está claro es lo que recomiendan los sioux: “cuando se está cabalgando un caballo muerto, la mejor estrategia es desmontar”.
Para las empresas de cualquier tamaño, es la hora de la estrategia. Sin estrategia, acabas formando parte de la estrategia de otros. Es también la hora del liderazgo. La buena noticia es que ambos parten del mismo sitio: la insatisfacción con el presente. De eso tenemos de sobra. La mala noticia es que llevar la buena estrategia a las pymes choca con dos obstáculos tradicionales: El primero, que muchos empresarios piensan que bastante tienen con apagar los fuegos que surgen cada día. Sienten que ruedan por el monte en una moto de trial. Bastante tienen con estar atentos al suelo para no caerse. Piensan que eso del largo plazo, las herramientas y los conceptos competitivos son para empresas grandes que tienen tiempo y dinero para escuchar a todo tipo de expertos.
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