Por Juan Carlos Valda – jcvalda@grandespymes.com.ar
Hay frases que deberían estar grabadas en la puerta de entrada de cada empresa. Esta es una de ellas: “Los que nunca tienen tiempo para preparar gente, se ven obligados a tener tiempo después para resolver sus problemas.” No es una sentencia teórica ni una exageración retórica; es una descripción exacta de lo que ocurre en la mayoría de las PYMES. Porque cuando el empresario no dedica tiempo a desarrollar a su equipo, ese “ahorro” se convierte en un gasto multiplicado en conflictos, errores, retrabajos, pérdidas y desgaste personal.
Durante años he escuchado la misma justificación: “No tengo tiempo para capacitar, tengo que producir.” Pero lo paradójico es que justamente por no tomarse el tiempo de preparar a su gente, termina produciendo menos, con más esfuerzo y menor calidad. Es el círculo vicioso del corto plazo, donde la urgencia desplaza lo importante y la improvisación se disfraza de eficiencia. Lo inmediato gana, pero la empresa pierde.
El mito del empresario indispensable
En muchas PYMES, el empresario se convirtió sin darse cuenta en un cuello de botella. Es quien concentra la toma de decisiones, quien conoce todos los secretos del negocio, quien apaga los incendios, quien supervisa hasta el último detalle. Y aunque parezca una muestra de compromiso, en realidad es una señal de fragilidad. Porque si la empresa no puede funcionar sin él, lo que construyó no es una organización, sino una dependencia.
No formar gente es la manera más rápida de volverse insustituible… y de quedar prisionero de la propia empresa. El empresario indispensable no descansa, no delega, no crece. Vive en un eterno “no tengo tiempo”. Y lo más grave: cuando finalmente el tiempo lo alcanza —por agotamiento, enfermedad o simplemente por los años—, la empresa no tiene a nadie listo para continuar.
La excusa del tiempo y la trampa del hacer
Decir “no tengo tiempo” es una forma elegante de decir “no lo priorizo”. Porque tiempo tenemos todos el mismo. La diferencia está en qué elegimos hacer con él. Cuando un empresario dice que no tiene tiempo para formar, lo que en realidad está diciendo es que considera más rentable seguir haciendo él mismo las cosas que enseñar a otros a hacerlas. Pero esa decisión, sostenida en el tiempo, erosiona la base del negocio.
En una PYME típica, el empresario vive sumergido en la operación: firma cheques, habla con proveedores, resuelve reclamos, controla entregas. Cada día corre detrás de lo urgente. Y cuando algo sale mal, confirma su teoría: “ves, si no lo hago yo, no sale bien”. Pero lo que no ve es que no sale bien precisamente porque nunca invirtió en que otros aprendan a hacerlo correctamente. Es una trampa de la que pocos logran salir solos.
Preparar gente no es un gasto, es una inversión
Formar no significa mandar a un curso o pagar una capacitación externa. Significa transmitir conocimiento, explicar el porqué de las cosas, dar contexto, generar criterio. En una PYME, el aprendizaje ocurre en la tarea diaria, en la conversación, en la revisión de un error o en la planificación de una decisión. Preparar gente es enseñar a pensar, no solo a ejecutar.
Y eso requiere tiempo, sí. Pero también requiere método y paciencia. El empresario que quiere hacerlo todo rápido suele ser impaciente con los procesos de aprendizaje. Pretende que la persona “agarre todo al vuelo” sin entender que el aprendizaje real implica repetición, acompañamiento y confianza. No se trata de soltar y esperar que el otro se las arregle; se trata de acompañar hasta que pueda hacerlo solo.
Cuando el equipo está preparado, la empresa gana autonomía. Los errores se reducen, la velocidad de respuesta mejora y el empresario recupera espacio para pensar en el futuro. La formación no es un gasto: es el mejor seguro contra el caos.
Las consecuencias de no hacerlo
Cada vez que alguien comete un error por desconocimiento, que una tarea se repite por falta de claridad o que un cliente se pierde por mala atención, hay detrás una carencia de formación. Lo que parece un problema operativo, casi siempre es un problema de liderazgo.
En las PYMES que no forman gente se multiplican los “bomberos”: todos corren, nadie planifica. Se trabaja a los gritos, se decide por impulso, se improvisa. El empresario vive cansado, el equipo frustrado y el cliente desatendido. Y sin embargo, nadie se detiene a pensar que el origen de todo está en la falta de tiempo para preparar a la gente.
Esa ausencia de desarrollo genera también un clima emocional complejo. Los colaboradores sienten que no crecen, que siempre se les exige pero nunca se les enseña. Eso alimenta la rotación, el descompromiso y la pérdida de talento. Es un costo invisible que erosiona silenciosamente la estructura interna.
Formar es multiplicar capacidades
Preparar gente no es solo enseñar tareas; es construir criterio y autonomía. Una persona formada no necesita que le digan cada paso: entiende el propósito y puede decidir con responsabilidad. Eso transforma la dinámica de trabajo. La empresa deja de depender del control permanente y pasa a funcionar por confianza y claridad.
Cuando los colaboradores entienden el negocio, se sienten parte. Cuando se sienten parte, cuidan. Y cuando cuidan, los resultados cambian. El empresario que forma gente no solo mejora su empresa: mejora su propia calidad de vida. Porque pasa de tener empleados que lo obedecen a tener aliados que lo complementan.
El cambio cultural que requiere
Para muchas PYMES, formar implica un cambio cultural profundo. Supone aceptar que enseñar lleva tiempo, que delegar implica errores al principio, y que el control obsesivo es enemigo del crecimiento. Supone reconocer que nadie aprende si lo único que recibe son órdenes, y que la autoridad verdadera se construye compartiendo conocimiento, no reteniéndolo.
El empresario que logra ese cambio entiende que su rol ya no es “hacer más”, sino hacer que otros puedan hacer mejor. Su tarea es construir capacidades, diseñar contextos de aprendizaje y generar sentido de pertenencia. Esa es la profesionalización en su esencia: dejar de ser el único motor para convertirse en el diseñador del sistema.
Preparar a la gente es preparar el futuro
Cada vez que un empresario enseña algo, está asegurando continuidad. Cada vez que se toma un rato para explicar cómo se analiza un cliente, cómo se lee un informe o cómo se resuelve un problema, está invirtiendo en el futuro de su empresa.
El día en que esa persona ya no esté, lo aprendido quedará. Y eso marca la diferencia entre una empresa que depende de un nombre y una que tiene identidad propia. El empresario que no forma a su gente no solo compromete su presente: compromete la supervivencia de lo que construyó.
Dejar huella o apagar incendios
Hay empresarios que viven apagando incendios. Otros, que se dedican a enseñar a encender luces. Los primeros siempre corren, los segundos dejan huella. El camino de la formación no es el más rápido, pero sí el más duradero.
Porque cuando inviertes tiempo en preparar a tu gente, estás haciendo algo más que enseñar tareas: estás formando cultura. Y la cultura es lo único que sostiene a la empresa cuando tú no estás.
Así que la próxima vez que sientas que “no tienes tiempo” para formar a alguien, recuerda esta frase: si no lo haces hoy, mañana tendrás tiempo… pero será para resolver los problemas que tú mismo creaste por no hacerlo.
Esa es la diferencia entre un empresario ocupado y un verdadero líder: uno reacciona, el otro construye. Uno vive resolviendo, el otro prepara. Y en esa elección se define el destino de toda PYME.