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El fundador que aprendió a soltar

Por Ricardo Bolaños

En la ciudad de León, Guanajuato, conocida por su industria zapatera, nació hace casi 40 años una pequeña empresa que hoy es reconocida en todo el país: Calzado Renacer. Fundada por Don Rogelio García, un joven artesano en ese entonces, la empresa comenzó como un taller en el patio trasero de su casa, produciendo calzado de piel con diseños personalizados.

Don Rogelio, hombre tenaz y autodidacta, convirtió su talento en un negocio próspero gracias a su ética de trabajo y al boca en boca de clientes satisfechos. Con el paso del tiempo, contrató empleados, invirtió en maquinaria, y sus tres hijos —Lucía, Rafael y Bruno— crecieron entre costuras, hormas y olor a piel curtida.

Hoy, con más de 60 años y una empresa consolidada, Don Rogelio se enfrenta al reto más complejo de su vida: soltar las riendas para que la siguiente generación tome el timón. Pero como suele suceder en las empresas familiares, la sucesión no es solo un cambio de mando, sino una prueba de identidad, de valores… y de confianza.

Aunque los tres hijos trabajan ya en la empresa, sus enfoques son distintos y han generado fricciones.

Lucía, la mayor, tiene formación en diseño de moda en Milán y es la mente creativa detrás de las colecciones más exitosas. Es meticulosa, innovadora y visualiza una expansión internacional. Pero siente que nunca ha sido tomada tan en serio por su padre, quien sigue consultando todo con su hijo varón mayor, Rafael.

Rafael es ingeniero industrial y lleva el área de operaciones. Le encanta la eficiencia y los números, pero suele chocar con Lucía por temas estéticos y de producto. Cree que lo más importante es escalar la producción, estandarizar procesos y aumentar márgenes.

Bruno, el menor, es psicólogo organizacional y se unió hace poco para ayudar a mejorar la cultura interna. Aunque todavía se está posicionando, ha sido clave para abrir conversaciones difíciles sobre el relevo generacional y la necesidad de profesionalizar la empresa.

Don Rogelio, aunque reconoce los logros de sus hijos, sigue tomando todas las decisiones estratégicas. No hay consejo de administración, ni protocolo familiar, ni planes de sucesión formalizados. Él dice que “todo está en su cabeza”, y que cuando llegue el momento, sabrá qué hacer. Pero ese momento nunca parece llegar.

Un día, tras una reunión tensa en la que Lucía propone contratar a un director general externo, Don Rogelio estalla:

—¿Quieren sacar al fundador para que venga un extraño a mandar? Esta empresa la levanté con mis manos, ¡no necesito manuales ni consejos!

La reunión termina en silencio. Pero el malestar queda flotando.

Meses después, durante una auditoría solicitada por un cliente internacional para cerrar una gran alianza, el equipo descubre que hay procesos críticos sin documentación, contratos sin respaldo y proveedores clave sin acuerdos firmados. El cliente detiene la negociación.

Ese revés golpea el orgullo de Don Rogelio, pero también le hace reflexionar. Esa noche, revisa los estados financieros y se da cuenta de algo que nunca había querido ver: la empresa necesita más que pasión para seguir creciendo. Necesita orden, procesos… y una visión compartida.

Días después, convoca a sus hijos en la sala de juntas, con una propuesta inesperada.

—He decidido que es momento de formar un consejo de administración —dice con voz serena—. Quiero que ustedes elijan un consultor externo para guiarnos. Y a partir del próximo trimestre, me retiraré de la dirección general para asumir un rol como presidente del consejo.

El silencio es distinto esta vez. Es de respeto. Y de esperanza.

Rafael es el primero en hablar: —Papá… gracias por confiar en nosotros.

Lucía, conmovida, simplemente asiente.

Bruno propone integrar a un miembro externo en el consejo para ayudarles a ver lo que como familia no siempre pueden identificar.

El proceso de institucionalización no fue sencillo. Supuso renunciar a viejas prácticas, formalizar la toma de decisiones, revisar roles, crear indicadores. Pero también abrió un nuevo capítulo en la historia de la empresa, donde el apellido García se convierte en legado, no en límite.

Hoy, Calzado Renacer cuenta con un consejo de administración activo, indicadores estratégicos claros y un modelo de gobierno familiar sólido. Lucía lidera la expansión internacional, Rafael optimiza operaciones desde una nueva planta y Bruno dirige la fundación social de la empresa.

Don Rogelio no se alejó del todo. Asiste a las sesiones del consejo como guía, pero sin intervenir en lo operativo. En una entrevista reciente dijo:

—Soltar no fue rendirme, fue confiar. Lo más difícil fue entender que mi trabajo ya no era dirigir, sino dejar que mi legado floreciera.

Todos los personajes, empresa y acontecimientos son ficticios, basados en experiencias similares en otras industrias y con otras personas.

Fuente: https://www.linkedin.com/pulse/el-fundador-que-aprendi%C3%B3-soltar-ricardo-bola%C3%B1os-3t0ke/

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