Hace unos días publicamos un artículo de mi amigo, el Coach Santiago Guerrero, extraído de su sitio “De Regreso a Casa”, donde habla del Ego. Hoy quiero extender esa idea, pero llevándola al ámbito empresarial, donde el ego del empresario puede jugar un papel determinante en la competitividad y el destino de su organización.
El capitalismo bien entendido se basa en la competencia y en la generación de riqueza. Una de sus herramientas clave es la competitividad. Sin embargo, cuando ésta se contamina con sesgos y creencias equivocadas, puede volverse destructiva.
Mi experiencia con la competitividad
Me formé en un entorno universitario y empresarial en plena explosión de los grandes autores del Management Estratégico. Un ejemplo claro es “Estrategia Competitiva” de Michael Porter, libro que estudié a fondo apenas cinco meses después de su publicación y apliqué a empresas nacionales tan sólo 2 años más tarde. Un caso particular fue el de Havanna, lugar donde estoy escribiendo esta reseña, cuando analizamos cómo pasar de ser una empresa líder en alfajores turísticos a establecer locales en Buenos Aires, algo que finalmente ocurrió 10 años después.
Beneficios de la competencia bien entendida
Cuanto la competencia es genuina, —es decir que no hay “colusión” entre los actores— se generan múltiples beneficios para la sociedad.
La competencia empuja a las empresas a mejorar sus productos y servicios para atraer más clientes. La Innovación es un emergente natural que no solo mejora la calidad y el desempeño, sino que también impulsa la evolución de la industria.
Para ofrecer mejores productos, las empresas necesitan contar con insumos de mayor calidad. Esto genera un efecto en cadena que impulsa a los Proveedores a mejorar su calidad. Aquí vemos el segundo emergente, que es el desarrollo de proveedores que harán el esfuerzo por mejorar y evolucionar su propio sector industrial.
Por otro lado, la sana competencia educa a los Clientes, transformándolos en fanáticos de mejores productos y servicios. Es por eso que el más beneficiado es el cliente/consumidor.
Finalmente la competencia crea riqueza genuina para el sector, aumentando el valor social a partir del desarrollo de todos los involucrados.
Pero hay un problema. La competencia no es sólo un fenómeno de mercado, sino que está gestionada por Empresarios, que son los que manejan los hilos de la competitividad, y no todos comprenden su verdadero significado.
Cuando el ego destruye la competitividad
El ego, el egoísmo y la soberbia llevan a algunos empresarios a creer que la mejor estrategia es destruir a la competencia. «Para que yo gane, los demás deben perder«, piensan. Esta es una visión limitada y destructiva que impide generar valor a largo plazo. Esta es una ideología empresarial nociva, una mentalidad que construye juegos de suma cero. Esta forma de ver la competitividad es obsoleta. Porque esta visión miope no sólo destruye a los competidores, sino que también pone en peligro la sustentabilidad del propio negocio, al no haber impulsos para mejorar y cambiar.
Competir y colaborar: un cambio de paradigma
Pasaron muchos años para que surgieran autores como Barry Nalebuff, quien en su “Coo-petencia” incorpora el concepto de la teoría de los juegos a la estrategia. Propone un modelo en el que competir y colaborar no son excluyentes, sino complementarios. Su idea clave es que, en lugar de destruir valor, los empresarios deben enfocarse primero en agrandar la torta. Para esto introduce dos conceptos fundamentales: el “Complemento”, representado por el producto/servicio que suma al propio; y el “Complementador”, que es el empresario dispuesto a abrir su mente y dejar de lado la ideología egoísta, para crear valor juntos.
Aquí cerramos el círculo con el artículo publicado en nuestro blog: “Es un viaje, no una carrera”. La competitividad bien entendida no se trata de destruir al otro, sino de generar riqueza, innovar y crear valor para la sociedad. Pero para que esto ocurra, el empresario debe aprender a dominar su propio ego.