Por Juan Carlos Valda – jcvalda@grandespymes.com.ar
Siempre me llamó la atención cómo nos dejamos seducir por las etiquetas. Apenas aparece una palabra nueva, la repetimos como loros sin detenernos a pensar qué significa. Hoy todo el mundo habla de “inteligencia artificial”. Se la adora, se la teme o se la usa como excusa. Pero muy pocos se toman el trabajo de preguntarse: ¿realmente es “inteligencia”? ¿realmente es “artificial”?
Permíteme provocarte con una idea que quizás te incomode: no existen dos tipos de inteligencia artificial, pero sí dos formas radicalmente distintas de usarla. Una la convierte en un espejismo barato, casi un juguete. La otra la transforma en un socio co-creador capaz de expandir tu pensamiento. Y la diferencia no está en el software… sino en ti.
La “IA mágica”: el espejismo del atajo
Muchos empresarios, gerentes e incluso profesionales repiten el mismo error: creen que la IA les dará respuestas mágicas a problemas que llevan años sin resolver. Le preguntan: “¿qué hago con mi negocio que no crece?” o “¿cómo aumento mis ventas rápido?”. Esperan que una herramienta les diga lo que ellos mismos no quieren enfrentar.
Esa es la versión “mágica” de la IA: una especie de oráculo al que uno se entrega pasivamente, como quien tira las cartas o lee el horóscopo esperando encontrar el destino escrito. ¿Cuál es el resultado? Frustración, banalidad, contenido vacío. La IA, en ese modo, no hace más que devolver lo mismo que se le pide: generalidades.
No hay inteligencia ahí. Lo artificial no está en la máquina, sino en el uso que hacemos de ella. Artificial es la actitud de buscar atajos sin hacernos cargo de pensar.
La otra cara: la IA como espejo del pensamiento
Pero existe otra manera de relacionarse con la IA, y es aquí donde empieza lo interesante. Imagina que en lugar de preguntarle “qué debo hacer”, le planteas un desafío bien definido, con matices, con contexto. Imagina que le formulas preguntas incisivas, abiertas, que no buscan recetas sino nuevas perspectivas.
De repente, la IA deja de ser un oráculo barato para convertirse en un espejo amplificador de tu pensamiento. Empiezas a co-crear. La herramienta te devuelve ideas que tú provocaste con la calidad de tus preguntas. El resultado no es magia, es consecuencia de tu claridad.
¿Y sabes qué? Eso no es “inteligencia artificial”. Es inteligencia humana, real, puesta en diálogo con una máquina.
El auto no es artificial, tampoco la IA
Déjame usar una metáfora sencilla. ¿Dirías que un automóvil es un medio de transporte artificial? Claro que no. El auto es un medio de transporte real, práctico, útil. Lo artificial sería creer que el auto conduce solo y que puedes cerrar los ojos en la autopista. El auto no reemplaza tu inteligencia al manejar; la expande, te permite ir más rápido y más lejos.
Lo mismo ocurre con la IA. No es artificial. Es una herramienta que potencia lo que ya tienes dentro. Si tu pensamiento es pobre, la IA lo multiplicará por mil. Si tu pensamiento es agudo, creativo y profundo, la IA lo llevará a lugares inesperados.
La pregunta entonces no es si la inteligencia es artificial o no. La pregunta es: ¿qué tan auténtica es tu inteligencia cuando usas la herramienta?
La trampa del empresario que busca “recetas”
Aquí es donde entra en juego tu realidad como empresario PYME. ¿Cuántas veces escuchaste colegas que dicen: “pregunté a la IA cómo mejorar mi rentabilidad y me dio diez pasos, pero no sirvieron de nada”? No sirvieron porque la pregunta estaba mal hecha.
Un empresario que delega su pensamiento en una máquina está condenado a obtener resultados mediocres. La IA no reemplaza la estrategia, ni la visión, ni la comprensión de tu propio negocio.
La diferencia entre el empresario que lidera y el que se deja arrastrar no está en la tecnología que usa, sino en la calidad de las preguntas que se hace a sí mismo y a su entorno.
Preguntar bien es pensar mejor
Preguntar es un arte. No se trata de acumular interrogantes, sino de formular las que verdaderamente abren caminos. Cuando trabajas con la IA de manera co-creativa, tu rol no es el de espectador pasivo, sino el de director de orquesta. Tú decides la partitura, la IA toca los instrumentos.
Si preguntas mal, obtendrás ruido. Si preguntas bien, obtendrás música. Y aquí aparece una de las grandes lecciones de este tiempo: la inteligencia no se mide por la capacidad de dar respuestas, sino por la capacidad de formular preguntas poderosas.
¿Inteligencia artificial o inteligencia expandida?
Por eso propongo que dejemos de repetir como loros el término “inteligencia artificial”. Lo que tenemos en frente es otra cosa: una inteligencia expandida. Una ampliación de nuestras capacidades cuando sabemos qué queremos obtener.
No se trata de un robot que piensa por ti. Se trata de un espejo que te obliga a pensar mejor. Y eso no es artificial. Es tan real como la energía que pones cada mañana en tu empresa.
El riesgo de abdicar tu pensamiento
Lo artificial aparece cuando abdicas de tu responsabilidad. Cuando dejas de pensar y esperas que otro —sea un consultor, un gurú o una IA— te diga qué hacer. Esa renuncia a tu rol de líder es mucho más peligrosa que cualquier avance tecnológico.
Porque si dejas de hacerte buenas preguntas, si renuncias a la incomodidad de pensar, te conviertes en rehén de la superficialidad. Y no hay IA que salve a un empresario que dejó de pensar.
El futuro no depende de la IA, depende de ti
Quiero ser claro: la IA no resolverá los problemas estructurales de tu empresa, ni te dará la estrategia que te falta, ni sustituirá tu liderazgo. Lo que sí puede hacer es amplificar tu capacidad de analizar, de explorar, de probar escenarios, de desafiarte.
Pero la decisión de cómo usarla es exclusivamente tuya. Puedes usarla como quien juega a tirar cartas, esperando respuestas mágicas. O puedes usarla como un aliado estratégico que te obliga a pensar con más precisión.
Reflexión final: ¿de qué lado estás?
Entonces la pregunta clave no es si la IA es artificial o real. La pregunta clave es: ¿qué tan real es tu inteligencia cuando la usas?
Si buscas atajos, te quedarás con contenido vacío. Si buscas expandir tu pensamiento, encontrarás en la IA un socio inesperado. Pero para eso necesitas recuperar algo que nunca debiste abandonar: la capacidad de hacerte preguntas profundas.
Porque al final, la diferencia no está en la tecnología. Está en ti.