Por Juan Carlos Valda – jcvalda@grandespymes.com.ar
Hoy todo el mundo habla de inteligencia artificial, está en las noticias, en las redes, en los cafés de empresarios y hasta en las sobremesas familiares. Algunos la ven como la gran revolución que cambiará para siempre la manera de hacer negocios; otros, como una amenaza que pondrá en jaque a miles de puestos de trabajo. Sin embargo, en medio de tanto ruido, creo que lo realmente preocupante no es la gente que usa la inteligencia artificial, sino la gente que es artificialmente inteligente.
¿A qué me refiero? A esos empresarios, gerentes o consultores que se llenan la boca con términos de moda, con frases técnicas, con siglas que suenan sofisticadas, pero que en la práctica no entienden ni aplican nada. Son los que confunden hablar difícil con saber. Los que creen que repetir lo que escucharon en una conferencia es suficiente para dirigir un negocio. Los que, en definitiva, se construyen un personaje intelectual para impresionar, pero que detrás de la fachada no tienen sustancia.
Inteligencia real vs. inteligencia de utilería
Un empresario PYME no necesita rodearse de “sabiondos de utilería” que recitan definiciones de internet como loros. Lo que necesita es gente capaz de pensar, de entender la realidad de su negocio, de adaptarse y de aportar soluciones prácticas. Esa es la verdadera inteligencia: la que se aplica para resolver problemas concretos, no la que se viste con palabras rimbombantes para ocultar la falta de profundidad.
La inteligencia artificial, bien usada, puede ser un gran aliado. Puede ayudarte a procesar información, a ordenar datos, a generar alternativas, a encontrar patrones. Pero de nada sirve tener la mejor herramienta si quienes la manejan no son auténticamente inteligentes. Porque una máquina puede darte mil opciones, pero la decisión final —esa que define el rumbo del negocio y afecta la vida de las personas— siempre la tomas tú.
Y aquí aparece el riesgo: el empresario que delega su criterio en la moda tecnológica o en el asesor que aparenta saber, termina siendo rehén de la inteligencia artificial sin inteligencia real.
El empresario PYME frente al espejismo
En las PYMES, donde los recursos son escasos y cada error cuesta caro, no se puede caer en el espejismo de lo artificial. Veamos un ejemplo:
Un dueño de una empresa de distribución escucha que la IA puede “optimizar las rutas de reparto”. Entusiasmado, contrata un software carísimo y lo implementa sin más. El problema es que nadie analizó antes si los choferes tenían capacitación para usar tablets, si las calles de su ciudad cambian cada semana por obras o piquetes, o si los clientes valoran más la puntualidad que el ahorro de kilómetros. Resultado: la inversión se convierte en un dolor de cabeza, los repartos empeoran y el equipo se frustra.
¿Por qué pasó eso? Porque se buscó una solución de manual sin inteligencia práctica. Porque se fue detrás de lo artificial sin aplicar lo real: observar, preguntar, entender y recién después decidir.
El fenómeno del “disfraz de experto”
Todos conocemos a alguien que, después de leer dos artículos en LinkedIn, se autoproclama “especialista en transformación digital”. O a ese colaborador que no aporta nada en las reuniones, pero cuando alguien menciona IA mete una frase en inglés y parece iluminado. Esa es la gente artificialmente inteligente: se disfraza de experto sin haber pasado por la experiencia de resolver problemas reales, de equivocarse y aprender.
El peligro para el empresario PYME es comprar ese disfraz. Creer que porque alguien habla bonito ya sabe. Y peor aún: dejarse llevar por la moda y descuidar lo esencial del negocio.
La inteligencia artificial puede servir para mil cosas, pero si tu empresa no tiene claro su modelo de negocio, su propuesta de valor, sus costos y su rentabilidad, entonces estás construyendo un castillo de arena. No hay algoritmo que arregle una estrategia inexistente.
Inteligencia auténtica: preguntar, escuchar, decidir
La inteligencia auténtica en una PYME no se mide por el número de términos técnicos que uno maneja, sino por la capacidad de hacer las preguntas correctas.
- ¿Qué problema real queremos resolver con esta herramienta?
- ¿Qué datos tenemos y qué datos nos faltan?
- ¿Qué impacto tendrá esto en la gente que trabaja con nosotros?
- ¿Qué ganamos y qué podemos perder?
Ser inteligente no es aparentar tener todas las respuestas, sino saber hacer preguntas que abren posibilidades. Es escuchar más de lo que se habla. Es reconocer cuando uno no sabe y rodearse de personas que complementen ese saber.
Un empresario que adopta IA con esta actitud tiene altas chances de éxito, porque la herramienta se vuelve un medio y no un fin.
La trampa del atajo intelectual
La inteligencia artificial ofrece un espejismo muy tentador: respuestas rápidas, textos bien escritos, planes de acción en segundos. Y claro, en un mundo donde siempre corremos detrás del reloj, esa inmediatez seduce. Pero cuidado: si caemos en la tentación del atajo intelectual, perdemos la oportunidad de pensar por nosotros mismos.
Un empresario que se acostumbra a copiar lo que le da una máquina o lo que le dice un “experto de utilería” corre el riesgo de atrofiar su propio criterio. Y en la empresa, el criterio del líder es irremplazable.
La inteligencia artificial puede inspirar, acelerar o incluso corregir. Pero la visión, la estrategia y las decisiones que marcan la diferencia son humanas.
El costo oculto de la artificialidad
Las PYMES no suelen calcular un costo que puede ser letal: el de tomar decisiones basadas en supuesta inteligencia que en realidad es humo.
Contratar un software innecesario, hacer campañas digitales que no entienden al cliente real, copiar tendencias de moda sin evaluar su pertinencia, todo eso drena recursos. Pero hay un costo más alto aún: el desaliento del equipo. Porque cuando los empleados ven que se invierte en cosas que no tienen sentido, pierden confianza en el liderazgo.
En cambio, cuando el empresario demuestra autenticidad, escucha, explica y decide con criterio, el equipo se fortalece. Puede equivocarse, sí, pero al menos se equivoca con fundamentos, no siguiendo modas pasajeras.
Autenticidad como ventaja competitiva
En un mercado donde todos hablan de lo mismo, donde abundan los términos técnicos y las frases hechas, la autenticidad se convierte en una ventaja competitiva. El cliente percibe cuando una empresa realmente entiende su necesidad y no repite un guion. El colaborador confía cuando su jefe habla claro y no finge saber.
Por eso, más que obsesionarse con usar IA, el empresario PYME debería obsesionarse con ser auténticamente inteligente: observar, analizar, aprender, compartir y decidir con coherencia.
La IA será entonces un aliado natural, no un disfraz ni un placebo.
Cómo evitar la artificialidad en tu empresa
Algunos pasos concretos que puedes dar para blindar tu negocio frente a lo artificialmente inteligente:
- Cuestiona siempre el “para qué”. Antes de adoptar cualquier herramienta, pregúntate qué problema real resuelve.
- Desconfía de las frases hechas. Si un asesor no puede explicar en palabras simples lo que propone, probablemente no lo entiende.
- Evalúa el impacto humano. No se trata solo de números: ¿cómo afectará esto al equipo, a los clientes, a la cultura de la empresa?
- Invierte en criterio, no en modas. Capacita a tu gente para pensar y analizar, no solo para usar programas.
- Sé ejemplo de autenticidad. Reconoce lo que sabes y lo que no. La humildad genuina construye confianza.
Para terminar debemos aceptar que la inteligencia artificial es un invento extraordinario, pero no reemplaza lo más valioso: la inteligencia humana aplicada con autenticidad. El verdadero riesgo para tu PYME no es que uses IA, sino que te rodees de gente artificialmente inteligente que aparenta sin aportar.
La diferencia entre avanzar y estancarse no estará en el algoritmo que compres, sino en tu capacidad de decidir con criterio y de rodearte de personas que piensen de verdad.
En definitiva, lo que hará crecer tu empresa no será la inteligencia artificial ni la inteligencia artificialmente maquillada, sino la inteligencia auténtica: esa que observa, entiende, conecta y actúa con coherencia.
Porque al final, lo artificial impresiona por un rato. Lo auténtico construye futuro.