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Es muy bueno recordar lo malo.

por Virginia Cabrera

Sé que todo en la vida, tanto profesional como personal, nos invita a hacer justo lo contrario de lo que afirmo en el título de este post.

Permíteme que te explique por qué lo hago.

Avalancha de libros de autoayuda y epidemia de coachs mediante, todos los mensajes que nos llegan parecen indicar que lo eficiente, lo inteligente y tal vez la única actitud posible para alcanzar la felicidad, el éxito y cualesquiera que sean los ingredientes de tu lote happy, fuera eso de quedarte con lo bueno que haya en cada una de las experiencias que vives. Sobre todo si son experiencias te han hecho sufrir de una manera o de otra.

 Te dicen una y otra vez que lo busques, que siempre lo hay.  

Yo no estoy dudando de que lo haya, por más que a veces cueste encontrarlo, ni de lo positivo que es buscarlo hasta encontrarlo e interiorizarlo.

Pero hoy, viéndome de nuevo ante pensamientos y actitudes que mis tripas podrían definir como “vas a cagarla, again”, me ha dado por pensar en la irracional pero profunda tendencia que tenemos las personas en tropezar no dos, sino una y mil veces con la misma piedra.

Por eso me he obligado a recordar lo malo que hubo en aquellas situaciones que mi hígado empieza a chillarme cuánto se parecen a la actual. Porque teniendo absolutamente clara mi apuesta firme por vivirla, no habría aprendido nada si no estuviera esta vez dispuesta a gestionarla con menos “efectos colaterales”.

Que no se te olvide lo mucho que duele el golpe, ni las servidumbres (e incertidumbres o imposibilidades) que conlleva muchas veces reparar lo roto, tal vez sea una cosa estupenda. Aunque nada te libra de nuevas piedras, tal vez sí que te sirva para no darte con las ya conocidas.

Y si en esos tropiezos, arrastras o dañas a terceros… entonces no es que sea bueno, es que es casi obligatorio. Y, ojo, cien por cien compatible con eso de buscar lo bueno.

Si tienes canas suficientes sabrás de lo que hablo.

Todos podemos recordar aquel compromiso entusiasta o ingenuo que te superó y del que no te quedó otra que salir machete en mano, ese apoyo que prometiste infinito y que tuviste que retirar en el peor momento, aquel cambio de aires disfrazado de crecimiento profesional y que no fue otra cosa que una huida hacia delante sin opciones de vuelta atrás…

Apuestas equivocadas en las que sufriste y/o hiciste daño.

Que no se te olviden ni los cómos, ni los porqués, ni lo mal que pudiste hacerlo tú. Recuerda que la cabra siempre tira al monte y que es fácil que, sin querer, repitas viejos errores.

La confianza tiene su peligro

Por cierto que sea eso de que nadie se baña dos veces en el mismo río, no son pocas las veces en las que se te olvida que el río sigue siendo el mismo. Y de nuevo vuelves a confiar en la pinta de calma que tienen sus aguas.

Pero ya lo dice el refrán: “Líbrame de las aguas calmas, que las bravas ya las veo venir”.

Odio la expresión exceso de confianza porque la confianza (en uno mismo, en los demás y la que puedes generar tú en ellos)  nunca sobra. Pero es de justicia reconocer que lleva aparejada siempre un marco traicionero que deja fuera una parte de la realidad.

Una realidad que siempre tiene que ver con los peligros ocultos. Con esos remolinos que no se ven.

Dicen que cuanto mejor nadas, mayores son tus opciones de ahogarte.

Salvo que tengas suficientemente presentes las dificultades y los efectos negativos de experiencias pasadas. Sabiendo al tiempo, no dejar que te resten ni un poquito ni el disfrute ni las oportunidades de seguir nadando mar abierto.

Ya sé. Encontrar el equilibrio es todo un arte.

El marcador somático

Descubro estos días en un libro de Antonio Damasio un concepto que me ayuda en esto del equilibrar miedos y confianzas.

Damasio describe el marcador somático como un sentimiento agradable o desagradable que tenemos instalado “en las tripas” y que nos protege de pérdidas futuras al rechazar de una manera casi visceral ciertas opciones. Sería algo así como un sistema de calificación automática de predicciones que aumenta la eficiencia de nuestros procesos de decisión, que siempre son los previos de la acción.

Eso de que somos seres totalmente racionales solo se lo creyeron, me temo, Platón, Descartes, Kant y algún otro consultor. El papel de nuestras emociones en todas y cada una de las decisiones que tomamos está científicamente fuera de toda duda. Así como lo malos que somos los humanos decidiendo en base a probabilidades.

Hoy la neurociencia demuestra como eso que llamamos mente (y que no es otra cosa que nuestro sentido del yo) implica la necesaria capacidad de representar internamente “imágenes” que tienen distinto origen (y la memoria es uno de ellos) y ordenarlas en un proceso llamado pensamiento, cuya finalidad es elegir una determinada respuesta (y para lo cual la atención juega un papel fundamental).

Estos mecanismos automáticos de decisión pueden ser buenos y malos a la vez.

Pero son.

Y si metemos en el mismo saco memoria y atención, al menos a mí me queda meridianamente claro la bondad de incluir en ese saco, cuanta más información y más variada, mejor.

El miedo no se cura con retirada

No escribo esto para que ninguno tengamos más miedo. Ni siquiera para que seamos más prudentes. Ni para que dejemos de vivir esas experiencias que deseamos vivir, aun cuando no salieran tan bien en el pasado.

Pero sí para compartir la idea del enorme sentido que pudiera tener que escuches más a tus tripas.

Que cuando avisan, toca poner cabeza.

Tal vez, parando y esperando a que escampe.

Seguro, compartiendo sensaciones e  inquietudes con tus compañeros de viaje para pedir otra visión. Pidiendo y aceptando su “ayuda preventiva” por más ajenos que te parezcan sus métodos

Dándote permiso para recordarlo todo. Que, junto a todo eso bueno que no pasará jamás, tampoco lo hará lo malo.

Asumiendo (y tal vez diciendo a otros en alto) que, por prudente que seas esta vez,  el riesgo cero nunca existe.

Sin confundir confianza con ceguera.

Recordando que, cuanto más seguros nos sentimos, más nos relajamos y más expuestos estamos a tropezar con esa inocente piedra que ni siguiera tenemos (porque nuestro marcador somático mal trabajado nos la ha quitado de un plumazo) la opción de ver.

Lo contrario de sentir miedo es seguir adelante CON él.

Sin relajarse del todo nunca.

Fuente: https://balcon40.com/2025/02/07/es-muy-bueno-recordar-lo-malo/

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