por Francisco Alcaide
El escritor Robert Greene, uno de los personajes incluidos en Aprendiendo de los mejores 5 (Alienta Editorial) y autor del libro Las 48 leyes del poder, decía:
«La necesidad de certeza es la mayor enfermedad a la que se enfrenta la mente».
El ser humano es adicto a las certezas, aunque sean infrecuentes. Le cuesta vivir en un mundo de incertidumbre, porque ello es más incómodo y genera más estrés y tensión. En una de las escenas de la película La noche más oscura (2012), en la que el director de la CIA hace preguntas a un grupo de analistas que afirman haber localizado en un recinto al terrorista Osama Bin Landen, responsable intelectual del 11S de 2001, dice:
― Ahora voy a ir a hablar con el presidente Obama y le voy a mirar a los ojos. Y lo que me gustaría saber, no me vengáis con tonterías, es muy sencillo: ¿está allí o no?
El jefe del equipo le comenta que hay entre un 60-80% de probabilidad de que Bin Laden esté en el recinto. A lo que el director le pregunta:
― ¿Eso es un sí o un no?
Buscamos certezas para tomar decisiones, y para ello intentamos utilizar toda la información, toda la lógica y todo el razonamiento del mundo, olvidando que se nos escapan muchas cosas en el análisis que nos llevan a equivocarnos. Daniel Kahneman, autor de Pensar rápido, pensar despacio, apuntaba:
«La idea de que lo que no ves podría refutar todo aquello en lo que crees, sencillamente no se nos pasa por la cabeza».
Por eso, el intento de destilar la realidad en una ecuación matemática es la causa de muchas frustraciones y muchas sorpresas en el mundo. Como señaló en su día el historiador Will Durant: «La lógica es un invento del mundo y el universo puede ignorarla».
El ser humano tiene una necesidad imperiosa de cuantificar, analizar y medir para tomar decisiones sin fallar. Es la forma de poder irse a la cama y dormir tranquilo sin inquietarse. Necesitamos vivir en un mundo predecible y controlable. Por eso, habitualmente recurrimos a los ‘expertos’, con el objetivo de ganar seguridad y tranquilidad.
En un muro de la Universidad de Chicago hay grabadas unas palabras de Lord Kelvin que dicen: «Cuando no puedes medir algo, tus conocimientos son escasos e insatisfactorios». Cierto es que lo que no se mide, no se gestiona, el peligro está en pensar que si algo no puede medirse, no tiene importancia. De hecho, algunas de las fuerzas más importantes que marcan el devenir del mundo son imposibles de medir y de predecir.
Pongamos un ejemplo. La batalla de Ardenas, librada en 1944 a finales de la II Guerra Mundial, fue una de las contiendas más terribles de la historia de Estados Unidos. Alrededor de 1.900 soldados norteamericanos murieron y otros 7.000 resultaron heridos o desaparecidos en apenas un mes a manos de la Alemania nazi.
Una de las causas de que fuera tan sangrienta es que los estadounidenses se vieron sorprendidos. Y uno de los motivos por los que se vieron sorprendidos es que dentro de la lógica de los generales norteamericanos no tenía ningún sentido que Alemania les atacase. El razonamiento era claro como el agua, como relata Morgan Housel en su libro Lo que nunca cambia en un mundo cambiante. Allí dice: «Los alemanes no contaban con suficientes tropas para organizar un contraataque exitoso y los pocos soldados que quedaban eran chavales de menos de 18 años sin experiencia de combate. No disponían de combustible suficiente. Se les estaba acabando la comida. El terreno del bosque de las Ardenas, en Bélgica, no les era favorable. Hacía un tiempo terrible. Los Aliados sabían todo eso. Y pensaban que cualquier comandante alemán racional no lanzaría un contraataque. Por eso, las líneas estadounidenses estaban poco nutridas y disponían de pocos suministros».
¿Y qué pasó? Que los alemanes atacaron de todas maneras. Lo que los generales estadounidenses pasaron por alto fue lo chalado que estaba Hitler en ese momento. No actuaba con racionalidad. Vivía en su mundo, distanciado de la realidad. El historiador Stephen Ambrose señala que Eisenhower y el general Omar Bradley acertaron en todo el razonamiento y la planificación bélica, salvo en un detalle: hasta qué extremo Hitler había perdido la cabeza.
Sería fantástico que el mundo funcionase de forma predecible y racional. Pero la vida no funciona así. El mundo no es una gran hoja de cálculo en la que todo pueda anticiparse y medirse. A menudo, el caos, la ineficiencia, lo irracional… hacen acto de presencia poniendo las cosas patas arriba. Piensa en la covid-19, en el 11S o en la Gran Depresión, por poner sólo algunos ejemplos.
La revista The Economist publica a principios de año un pronóstico del curso que está empezando. En su número de enero 2020 no hace ninguna mención a la covid-19. En su edición de enero 2022 no menciona ni una sola vez que Rusia fuera a invadir Ucrania. No anticipaba en modo alguno acontecimientos, igual que tampoco lo hizo nadie.
El 11S de 2001, día que ocurrieron los ataques terroristas contra las torres gemelas del World Trace Center de Nueva York, en el que perdieron la vida 3.000 personas, un informativo comenzaba el día a primera hora de la mañana, tres cuartos de hora antes del dramático suceso, del siguiente modo: «Buenos días, 18 grados cuando son las ocho de la mañana. Hoy es martes, 11 de septiembre (…) Hoy va a hacer muy buen día, tiempo soleado durante toda la jornada. Un espléndido día de septiembre. La temperatura por la tarde será de 27 grados».
En cierta ocasión le preguntaron a Robert J. Shiller, profesor de la Universidad de Yale y Premio Nobel de Economía en 2013, por la posibilidad de haber evitado la Gran Depresión que se prolongó durante la década de los años 30. Y contestó: «Nadie lo predijo. Cero. Nadie. He pedido a historiadores que me dieran el nombre de alguien que predijera la depresión y no hay ninguno».
Lo que no ves venir acaba viniendo. Las cosas son así y punto. Y como es evidente, no puedes planificar aquello que no puedes imaginar. Y cuanto más pienses que lo has previsto todo, más asombrado te quedarás cuando ocurra algo inesperado. O como decía el boxeador Mike Tyson:
«Todo el mundo tiene un plan hasta que le dan el primer puñetazo en la boca».
La pregunta es: ¿Qué podemos hacer entonces? Apuntamos sólo cuatro ideas sencillas, pero muy útiles.
- Primero: MENTALIZACIÓN. Mentalizarse de que van a ocurrir cosas que escapan a nuestro control es crítico. Ya lo decía Murphy: «Si algo puede ir mal, irá mal». Los golpes duelen menos cuando estamos preparados. Duelen, siempre duelen, pero se hacen más llevaderos y es más fácil reaccionar y gestionar la situación.
- Segundo: DIVERSIFICACIÓN. No hay que poner todos los huevos en la misma cesta, porque si se caen se romperán todos. Diversificar disminuye el impacto cuando ocurre algo inesperado.
- Tercero: AHORRO. Los colchones, sobre todo financieros, nos permiten sortear las crisis con más soltura. Si nos vemos obligados a pasar por una época difícil, y la liquidez es escasa, nos hundiremos. El ahorro es el sistema inmunitario para épocas de vacas flacas.
- Cuarto: REDES DE CONTACTO. Las redes de contacto son muy útiles, tanto desde el punto de vista emocional, como financiero, logístico o de otro tipo. En momentos difíciles, la ayuda es fundamental. Cuando pides ayuda, tu poder se multiplica. Y los contactos, como todo, hay que cultivarlos y cuidarlos.
Fuente: https://franciscoalcaide.com/blog-francisco-alcaide-2/365-el-problema-es-buscar-certezas