Por Merce Roura
Te puedes pasar la vida esperando a que pase algo que nunca pasa.
Que todo cambie. Que todo mejore. Que todo vaya hacia otro rumbo.
Esperando a ver ese destello que te pone en marcha, esas palabras que te motivan, esa situación que desencalla el engranaje oxidado de tu vida…
Nos pasamos tantas horas, días, meses, años esperando una señal para decidir.
Buscamos algo en el mundo que nos inspire y nos dé fuerzas para seguir y, cuando encontramos algo que se parece a eso, nos aferramos con tanta fuerza que se nos rompe, le ponemos tantas expectativas que le es imposible cumplirlas, lo abrazamos tanto que se desvanece.
Porque esperamos que el mundo nos dé lo que no nos damos.
Porque creemos necesitar que alguien nos recuerde quiénes somos cuando ni siquiera nosotros lo sabemos.
Porque pensamos que haciendo mil cosas desde el sacrificio vamos a conseguir ser esa persona a la que le pasan las cosas que deseamos que nos pasen. Sin embargo, nunca es suficiente, nunca te has sacrificado demasiado, nunca haces todo lo posible, nunca llegas… Y por el camino te rompes, te maltratas, te desprecias pensando que cuando llegues serás digno y eso inconscientemente es decirte que no eres digno ahora.
Siempre cargando con todo, cubriendo todos los flancos para que nada se escape, siempre pendiente de que nada salga mal… Siempre alerta y agotado, con ese cansancio inmenso y perenne que nunca te deja solo y te recuerda el gran peso que arrastras por seguir intentando que el mundo cambie y llegue la señal…
La clave no está en qué recibimos del mundo sino en qué nos damos nosotros, qué compartimos con los demás porque eso seguro que es lo que llevamos dentro.
No es como te ven, es como te ves a ti mismo.
Si te sientes capaz, si te sientes merecedor de aquello que buscas o deseas… No porque eso vaya a garantizar nada, sino porque te llevará a algo hermoso.
No se me ocurre mayor paz que la de dejar de necesitar que los demás te motiven, que te inspiren, que te digan adelante.
No se me ocurre mayor alegría que dejar de esperar que pase algo para poder sentirme bien conmigo misma. Algo concreto, algo esperando, algo necesitado… Dejar de buscar en el mundo aquello que deseas y dártelo tú.
Dejar de inquietarte por si te ven o valoran, por si te lanzan el salvavidas porque descubres que flotas, que te bastas y te sobras, que en ti hay las herramientas necesarias para conseguirlo y que si no, sabrás pedir ayuda a quién realmente pueda proporcionártela.
Dejar de mirar al mundo esperando que te diga que ya has hecho suficiente, que ya mereces, que ya te toca.
Dejar de esperar y hacer o no hacer. Darte cuenta desde tu nueva condición de persona que se reconoce y sabe quién es y se ocupa de sus necesidades, que hacías un montón de cosas que no eran necesarias.
Que las llevabas a cabo para que te valoraran, para que te tuvieran en cuenta, para que te aceptaran, para que te amaran… Y desde la paz del que no se tiene que mendigar respeto porque se respeta, decidir si las haces o no.
Y si sigues con ellas, que sea por compartir lo que eres. Porque eres el que tiene para dar, no el que da esperando nada o tendiendo la mano para recibir algo a cambio que le haga sentirse mejor y más digno.
O no las haces porque te cansan y no temes decir que no porque tu valor no depende de lo mucho que te sacrificas por otros…
En algún momento, cuando estás muy cansado y harto, descubres que esa es la señal que estabas esperando para dejar que lo que no va contigo salte por los aires y decidas que vas a tenerte en cuenta y escucharte de una vez a ti…
Que vas a amarte y respetarte hasta las últimas consecuencias.
Aunque eso suponga dejar de hacer lo que has hecho siempre o aprender a hacerlo de otro modo. Sentir el miedo de dejar de dar cuando das y no recibes nada, dejar de servir, dejar de parecer, dejar de pelear por algo que nunca llega si tu cuerpo te pide pausa, dejar de ir detrás de las personas para que te miren y te quieran como esperas que te quieran cuando no lo hacen… Aunque eso suponga darle la vuelta a tu vida para que se acomode a tratarte bien y, sobre todo, entrenarte para pensar distinto a partir de ahora y dejar pasar esos pensamientos que no te sirven más que para mantenerte atado al sufrimiento.
Que vas a dejar de esperar ser salvado por nadie y vas a salvarte tú y si alguien lo necesita, ayudarle por el camino.
Que vas a dejar de mendigar lo que te ya pertenece y no te abres a recibir y vas a darte cuenta de que lo que realmente necesitas es verte distinto a ti y no al mundo o la vida.
Que vas abandonar esa necesidad de ser visto y aceptado por otros y vas a sentarte un rato a mirar el mar, tomar un café y decidir que no tienes que hacer nada para ser digno de lo que buscas, ya lo eres.
Y en ese momento, miras atrás y ves todas la señales que obviate y no pudiste ver porque esperabas una palmadita en la espalda y la vida te dio una patada en el trasero.
Cada vez que mirabas a alguien esperando ser amado por él y no recibías respuesta era una señal… Para que te amaras a ti. Para que dejaras de esperar.
Cada vez que pedías al cielo que alguien reconociera tu trabajo y nadie lo hacía era una señal… Para que te empoderaras y empezaras a valorar tú lo que haces y empezaras a hacerlo desde el disfrute y la confianza y no para ser aplaudido.
Cada vez… Cada minuto… Cada segundo en que miras ahí afuera y sientes que no hay nada para ti es para que mires dentro y comprendas que ahí está todo.
Lo que importa es lo que lo veas, que lo percibas, que lo sientas… Vivir desde el amor hasta las últimas consecuencias.
Fuente: https://mercerou.wordpress.com/2021/09/27/hasta-las-ultimas-consecuencias/