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¿Puedes pasar un día sin quejarte?

¿Qué me dices? ¿Puedes pasar un día sin quejarte? Eso, que parece simple, para mí era misión imposible. Durante mucho tiempo, he “deleitado” a un sinfín de personas con mi negatividad, incluyéndome a mí misma. Distinto es compartir un problema, un malestar, un mal rato… Las cosas hay que hablarlas. Embotellarlas dentro no es saludable. Y, total, estamos para apoyarnos unos a otros. Nos escuchamos y ayudamos unos a otros desde el inicio de la humanidad. No me refiero a eso. Para que te hagas una idea, yo era de esas personas que se quejaban hasta del frescor incómodo que se les colaba falda arriba, de los mosquitos, de lo más minúsculo… De todo. Me quejaba de todo. Tanto, que para mí ese era el modo de ser “por defecto”. Estaba ciega al hábito de quejarme, porque me envolvía por completo. ¿Cómo me di cuenta de que era una quejica empedernida? Fijándome en otras personas. En otros quejosos de mi mayúsculo nivel y superiores. Me fijaba en el tipo de quejas. En la intención. En la frecuencia. En la insistencia. Y en cómo me sentía yo cuando estaba con ellas.

¿Qué me dices? ¿Puedes pasar un día sin quejarte? Eso, que parece simple, para mí era misión imposible.

Durante mucho tiempo, he “deleitado” a un sinfín de personas con mi negatividad, incluyéndome a mí misma.

Distinto es compartir un problema, un malestar, un mal rato… Las cosas hay que hablarlas. Embotellarlas dentro no es saludable.

Y, total, estamos para apoyarnos unos a otros. Nos escuchamos y ayudamos unos a otros desde el inicio de la humanidad.

No me refiero a eso.

Para que te hagas una idea, yo era de esas personas que se quejaban hasta del frescor incómodo que se les colaba falda arriba, de los mosquitos, de lo más minúsculo… De todo. Me quejaba de todo.

Tanto, que para mí ese era el modo de ser “por defecto”. Estaba ciega al hábito de quejarme, porque me envolvía por completo.

¿Cómo me di cuenta de que era una quejica empedernida?

Fijándome en otras personas. En otros quejosos de mi mayúsculo nivel y superiores.

Me fijaba en el tipo de quejas. En la intención. En la frecuencia. En la insistencia. Y en cómo me sentía yo cuando estaba con ellas.

Eso último fue lo que me animó a fijarme y ocuparme de mis quejas continuas.

Tus relaciones sufren

Si quieres, compruébalo del mismo modo.

Fíjate en cómo te sientes al lado de personas que continuamente se quejan o que hablan pestes de otros. El bajón es emocional y físico.

Pues así, más o menos, van a sentirse muchas personas cuando salgas tú por la puerta.

Eso, si descubres que abusas de la queja. Porque, ya te digo, quejarse de vez en cuando o en una temporada en que las pasas canutas, no es para tanto.

Tú también sufres

Si tus relaciones se deterioran o no son tan buenas, tú también sufres las consecuencias.

Pero, más allá, como persona que estás contigo todo el día, tu energía se drena con las múltiples quejas.

Esto pasa porque estás acostumbrado a poner énfasis en lo negativo, a recrearte en ello.

Y así es como te echas los ánimos abajo una y otra vez. Así es como dejas de experimentar gratitud por lo bueno que haya en tu vida y por lo bueno que puedas poner.

Dale un giro

Si notas que te quejas más de la cuenta y que eso te perjudica, podrías hacer algo al respecto.

Cada uno es como es, hasta que decide ser de otra manera.

Y el cambio empieza por poco: por un ratito… O por un día entero sin quejarte, si te animas a intentarlo.

Tómalo como un experimento. Adáptalo a ti. Observa las mejoras del cambio… y sigue practicando.

Porque no hay secreto. Es práctica. Dar un giro, cada vez que estés a punto de decir algo desagradable, para ver la situación de otro modo.

Fuente: https://tusbuenosmomentos.com/dia-sin-quejarte

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