—La felicidad, desde luego, ha sido definida de un millón de maneras diferentes —añadió el millonario—. Para cada uno de nosotros, e incluso para aquellos que hemos pensado acerca del tema se traduce en una amplia variedad de cosas. Pero yo le daré la llave de la felicidad. No es una definición, así que se aplica a todo el mundo. Con esta llave, usted será capaz de saber, sin la menor sombra de duda, en cualquier momento de su vida, si es feliz. Y especialmente, si está haciendo lo que debe para ser feliz. Debo advertirle que estas palabras tal vez le sorprendan y hasta puede que le parezcan un poco tristes y pesimistas. Pregúntese: ¿si me fuera a. morir esta noche, podría responderme a mí mismo en el instante de mi muerte que he conseguido todo lo que me había propuesto para hoy? El joven enarcó las cejas.
—No le entiendo — confesó.
— Cuando cada día haga exactamente lo que su ser interior le dice que debe hacer, entonces se sentirá libre cada día de abandonar el mundo. Sin embargo, para estar completamente seguro de que está haciendo lo que debe, tendrá que hacer lo que le gusta. Las personas que no disfrutan con lo que hacen no son felices. Pierden su tiempo soñando con los ojos abiertos en las cosas que les gustaría estar haciendo. Y, dado que jamás hacen aquello que sueñan, son infelices, sin excepción alguna. Y, cuando la gente no es feliz, no está dispuesta a morir.
— Apenas he comenzado a vivir y aquí está usted hablándome de la muerte, como si estuviera a la vuelta de la esquina — replicó el joven con ansiedad.
— Debo admitir con toda sinceridad que esta filosofía puede parecer, a primera vista, una filosofía de la muerte. Y, sin embargo, es una filosofía de la vida al ciento por ciento. Aquellas personas que jamás han hecho lo que realmente deseaban hacer, que han renunciado a sus sueños, podríamos decir que pertenecen a los muertos vivientes. Para comprender esta filosofía, formúlese esta pregunta una vez más, y respóndala con sinceridad. Si miente, sólo se estará engañando a sí mismo y se convertirá en el perdedor del juego. Si usted supiera que iba a morir mañana, ¿no cambiaría sus planes para hoy? ¿No haría con su vida algo diferente a lo que ha estado haciendo hasta ahora?
—No lo sé.
—Es probable que quisiera dejarlo todo arreglado: redactaría un testamento, si no lo ha hecho ya, y se despediría de su familia y de sus amigos. Pero supongamos que todas estas tareas terrenales sólo le llevan una hora. ¿Qué haría con las veintitrés restantes? Hágale esta pregunta a cualquiera que conozca. Sus respuestas caerán invariablemente en dos categorías. Las personas infelices que no disfrutan de sus vidas le dirán que harían algo completamente diferente. Y no tendrá que preocuparse en pensar que no le han dicho la verdad. ¿Por qué demonios continuarían haciendo algo que han odiado cuando sólo les quedan veintitrés horas de vida? La segunda categoría —continuó el millonario—, que es, por desgracia, la minoría, la forman personas que harían exactamente lo mismo que han hecho cada día de sus vidas. ¿Por qué tendrían que cambiar? Su trabajo es su pasión. ¿No es perfectamente comprensible que deseen seguir haciéndolo hasta que se acabe el tiempo? ¿Por qué tendrían que hacer algo que no les agrada? Bach pertenecía a esta categoría. En su lecho de muerte, se puso a corregir la última pieza musical que había escrito. Pero usted no necesita ser un genio para querer trabajar hasta el final. Cada uno de nosotros, a nuestra manera y en nuestra propia ocupación, podemos convertirnos en genios, aunque la sociedad no nos lo reconozca. Ser un genio significa simplemente disfrutar con lo que se hace. Es el auténtico genio de la vida. Mediocridad significa no atreverse a hacer lo que uno ama, por temor al qué dirán, por miedo a perder la seguridad.
—Una seguridad que la mayoría de las veces no es más que una ilusión, ¿verdad? —aventuró el joven con timidez.
—Así es. Hágase otra vez la pregunta: si tuviera que morirme mañana, ¿qué haría con las últimas horas de mi vida? ¿Continuaría haciendo un trabajo que me destroza interiormente ya que no tiene nada que ver con mis auténticas aspiraciones? ¿Estaría de acuerdo en continuar siendo una sombra de mi propio yo, carente por completo de autorrespeto, dado que me estoy forzando a mí mismo a hacer algo que odio? Imagínese que ha invitado a un amigo a su casa para ayudarle en unas faenas. ¿Le encargaría a él las tareas más desagradables? Desde luego que no. Entonces, ¿por qué se comporta como si fuera su peor enemigo? ¿Por qué no se convierte en su mejor amigo?
El silencio siguió a estas palabras.
El viejo millonario esperó un momento y después le preguntó:
—¿Y qué haría usted si fuera a morirse mañana? ¿Continuaría haciendo exactamente lo mismo que está haciendo ahora?
—No, no lo haría —tuvo que admitir el joven.
—Eso significa que probablemente no es feliz. Ahora, considere la siguiente observación. ¿No encuentra usted que es demasiado presuntuoso creer que no se morirá mañana?
Al escuchar estas palabras, el joven se sintió preocupado. En esos dos días, el anciano había demostrado a menudo una gran habilidad para ver el futuro. ¿Le estaría anunciando su muerte inminente? Tal vez de una forma elíptica pero, de todas formas, clara.
El millonario pareció leerle el pensamiento. Después de todo, la inquietud del joven era claramente visible.
—No se preocupe —le dijo, risueño—, no va usted a morirse mañana. Llegará a disfrutar de una hermosa y prolongada vejez… Pero, permítame proseguir con mi razonamiento. Tomemos esta vez un caso más general. Se sentirá menos afectado que con estos sombríos argumentos. Cuando usted mira la vida a través de los ojos de la mente, la muerte adquiere otro significado. Pero todavía no hemos llegado a ese punto, ¿verdad? ¿No cree que es un poco presuntuoso por parte de la gente creer que tienen toda la vida por delante? En muchos casos, la muerte aparece de repente. Sin embargo, la gente confía en la certidumbre, o mejor dicho en la ilusión, de que todavía tienen mucho tiempo disponible, y se permiten ir postergando constantemente las decisiones que tendrían que adoptar. Se dicen a sí mismos: «Tengo tiempo. Más tarde pondré manos a la obra». Entonces, llega la vejez y descubren que todavía no han hecho nada.
—Este debe ser el motivo por el que se suele decir: «Si la juventud supiera, si la vejez pudiera» —comentó el joven.
—¡Exactamente! El secreto de la felicidad, por lo tanto, es vivir como si cada día fuera el último. Vivir cada día al máximo haciendo lo que haría si sus horas estuvieran contadas. Porque, en el fondo, lo están. Pero parece que sólo nos damos cuenta cuando queda muy poco tiempo disponible. Entonces, es demasiado tarde. Así que sea valiente para actuar de inmediato. Viva con este pensamiento en la mente: Usted no debe morir con el terrible pensamiento de que sus miedos han sido más fuertes que sus sueños y que nunca descubrió aquello que podría disfrutar. Tiene que aprender a ser audaz.
Nota de JC: quien quiera el libro en formato word o pdf.. pidamelo a jcvalda@grandespymes.ar !!!!